Se estima que la desnutrición en la población anciana española que vive en su domicilio varía entre el 3 por ciento y el 5 por ciento, mientras que en los ancianos institucionalizados puede alcanzar cifras superiores al 30 por ciento.

Cada vez más estudios demuestran la elevada prevalencia de malnutrición-desnutrición en el sector poblacional de personas mayores. Independientemente de si los ancianos viven solos, están institucionalizados -viven en residencias de ancianos o en centros de larga estancia-, o se encuentran hospitalizados, la desnutrición merma su calidad de vida y los hace más proclives a enfermedades infecciosas e, incluso, a una mayor estancia hospitalaria.

Estado nutricional

Numerosos autores afirman que las personas mayores que no tienen ninguna enfermedad y disfrutan de una vida activa -pese a los cambios fisiológicos asociados a su edad-, mantienen un correcto estado nutricional; mientras que los ancianos que padecen enfermedades crónicas o sufren trastornos de salud agudos, acusan un peor estado nutricional. Según diversos estudios epidemiológicos, son varios los marcadores del estado nutricional que suelen estar alterados en la vejez: el hierro, las proteínas (albúmina), el zinc, vitaminas como B12, el ácido fólico y la vitamina D.

En concreto, el estado nutricional refleja si las necesidades del organismo están cubiertas a través de la ingesta dietética diaria, para lograr que se mantenga sano, pueda realizar actividades fisiológicas normales, desarrollarse y desempeñar actividades laborales, intelectuales y recreativas, entre otras. Estas necesidades están sujetas a cambios fisiológicos como los que suceden con el paso de los años.

Cosas de la edad

Los cambios fisiológicos asociados al proceso natural del envejecimiento determinan, por una parte, modificaciones en los hábitos alimentarios, tanto en el consumo de alimentos (en cantidad y frecuencia) como en la forma de cocinado, y, por otra, alteraciones en el aprovechamiento orgánico de los nutrientes. Con la edad, los diversos órganos, entre ellos los digestivos, van siendo menos funcionales, lo que explica las molestias digestivas que sufren muchos ancianos tras las comidas, los problemas de estreñimiento o incluso la incapacidad para masticar bien los alimentos, o la lentitud de su estómago para digerirlos.

La deficiencia de vitaminas, junto a una menor ingesta de proteínas, hierro y zinc, aumenta el riesgo de anemia y de debilidad muscular y del sistema inmune En líneas generales, se puede decir que con la edad el digestivo experimenta cambios morfológicos (atrofia) y funcionales (disminución de la secreción de enzimas digestivas y de la motilidad), lo que origina alteraciones en la digestión y absorción de nutrientes y, por tanto, menor aprovechamiento de los alimentos ingeridos.

Comienza entonces un círculo vicioso que puede conducir, si no se remedia a tiempo, a situaciones de malnutrición-desnutrición relativamente frecuentes en los ancianos. Muchos mayores muestran desgana y falta de apetito ante la dificultad que tienen para masticar la comida o para tragarla (disfagia) o comen menos para evitar las molestias digestivas y la hinchazón que sienten después de comer.

La principal consecuencia del consumo insuficiente de alimentos es que comienza a gestarse la desnutrición, global o específica para algún nutriente concreto, lo que explica a su vez esa desgana o la anorexia, entendida como falta de apetito. Son relativamente frecuentes las deficiencias de algunas vitaminas como la B12 y la vitamina D que, junto a una menor ingesta de alimentos proteicos y ricos en hierro y zinc, aumenta el riesgo de anemia y de debilidad muscular y del sistema inmune, con el consiguiente riesgo de infecciones o de un peor pronóstico en la cura de ciertas enfermedades.

Hay otros factores de riesgo de desnutrición, como los relacionados con el nivel socioeconómico del anciano (soledad, viudez o escaso poder adquisitivo, entre otros) y los asociados a la dificultad de movimiento que impide el desplazamiento, la posibilidad de hacer la compra e incluso de cocinar. Y si la persona mayor tiene una o más enfermedades crónicas -como diabetes, hipertensión arterial, hipercolesterolemia-, tiene que contar con que algunos de los medicamentos que toma pueden ocasionarle efectos secundarios y afectarle a su ingesta espontánea de alimentos (nauseas, anorexia, estreñimiento o diarrea).

Todos estos factores determinan, por una parte, el origen multi-causal de la desnutrición en las personas mayores y, por otra, la necesidad de contemplarlos y adaptar la dieta a las necesidades específicas del anciano o valorar la necesidad de un soporte nutricional extra.



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