Hace ya 21 años que, en Berlín, se celebró la primera Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático. 

Aparte de la comunidad científica, que lo consideraba una realidad cada vez más evidente, las organizaciones ambientales estábamos prácticamente solas advirtiendo sobre las graves consecuencias de ese nuevo fenómeno. 

Muchos tildaban esos discursos de catastrofistas, y el escepticismo climático, incluso en Europa, estaba aún muy extendido y bien financiado.

En una semana comienza la Cumbre del Clima de París, la COP21, y muchas cosas han cambiado en este tiempo… 

Una importante es que vivimos en un mundo mucho más caliente: desde el año 2000 hemos vivido 14 de los 15 años más cálidos jamás registrados, y 2015 está rompiendo todos los récords. Las predicciones científicas se han cumplido y ya no podemos hablar en futuro, porque los efectos del cambio climático ya se sienten en todo el planeta, en forma de huracanes más violentos, sequías, blanqueamiento de corales…

Pero hay otra cosa que ha cambiado mucho, y es que ya no estamos solos. 

Organizaciones de derechos humanos, sindicatos, organizaciones agrarias, pueblos indígenas, estudiantes y todo tipo de movimientos sociales se han sumado en este tiempo a la lucha por la justicia climática. Un ejemplo de esta diversidad es la Alianza por el Clima, el crisol de más de 400 organizaciones que estamos organizando la gran Marcha por el Clima del domingo 29 de noviembre. 

A algunos les sorprende que entre ellas haya organizaciones como Cáritas, pero es que el papa Francisco –y otros líderes religiosos- se han convertido en activos embajadores del clima al entender que el cambio climático impactará en toda la creación y sobre todo en los más desfavorecidos. El cambio climático es una cuestión ambiental, sí, pero es sobre todo una cuestión social, económica, de justicia, de derechos humanos, moral.

Lo que está en juego es nuestro propio futuro. El cambio climático pone patas arriba la organización de la vida en la Tierra tal y como la conocemos, y las consecuencias para los seres humanos serán inmensas en cuestiones tan fundamentales como el suministro de alimentos o la disponibilidad de agua. 

Según ACNUR, a mediados de siglo habrá 250 millones de refugiados climáticos en el mundo, según el cálculo más conservador. Los más pobres serán los más perjudicados, pero no podemos olvidar que España está en una de las regiones más vulnerables del planeta, la cuenca mediterránea. Con nuestra campaña #NiUnGradoMás hemos alertado de los impactos que sufrirá España, como olas de calor, incendios más devastadores o retroceso de las costas.

Pero aún estamos a tiempo de evitar los peores impactos del cambio climático. Que la Tierra continúe siendo un lugar habitable o no, dependerá de lo rápido que actuemos ante este reto, el mayor al que se enfrenta la humanidad en este siglo. 

Para conseguirlo debemos desengancharnos de los combustibles fósiles y dejar dos tercios de las reservas conocidas bajo tierra. Hay señales esperanzadoras, como el reciente veto de Obama al oleoducto Keystone XL, una gran victoria del movimiento climático de EEUU y un importante aviso a navegantes antes de la COP21. Otra es que, según un reciente informe de WWF, las renovables le están ganando la partida al carbón en todo el mundo y la desinversión en combustibles fósiles no deja de crecer.

Todavía hay muchos interrogantes sobre el acuerdo que saldrá de París. A pocos días de la COP21, las cincuenta hojas del borrador de acuerdo son aun confusas e imprecisas y la suma de los compromisos de reducción presentados por los diferentes países son claramente insuficientes, ya que nos abocarían a una subida de la temperatura de 2,7ºC, muy lejos del límite “seguro” de los dos grados. 

Tampoco está claro si se alcanzará un compromiso con un objetivo global de reducción de emisionespara 2050, que permita mantener el calentamiento por debajo de 1,5 ° C respecto a los niveles preindustriales. Ni cómo se va a materializar el compromiso de aportar al menos 100.000 millones de dólares anuales comprometidos en Copenhague que a partir de 2020 debe permitir a los países con menos recursos desarrollarse de forma sostenible y adaptarse a los impactos del cambio climático. 

Y tampoco sabemos si el acuerdo resultante, en caso de existir, tendrá carácter vinculante o fuerza legal suficiente para garantizar que todos los países cumplen con su parte.

Además de estas hay otras dos cuestiones clave para WWF en París: debemos conseguir que el acuerdo sea revisable y que se pongan en marcha ya más recortes de emisiones, antes de que el acuerdo entre en vigor en 2020, porque no tenemos un minuto que perder.

Pero pase lo que pase en París, el cambio está en marcha y es imparable. Cada vez más empresas, instituciones financiares y ciudades están tomando la iniciativa, y la sociedad ya no está dispuesta a que los Gobiernos sigan fallando e ignorando el cambio climático. Vamos a seguir dando la batalla, porque nos jugamos el futuro.



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