Históricamente en la producción agrícola la luz, el manejo del agua, la cantidad de nutrientes y el control de plagas y malezas tuvieron mucha importancia para aumentar el rendimiento de cultivos. Sin embargo, se le prestó poca atención a un factor con gran incidencia: una adecuada polinización.
La polinización es el transporte de polen de la parte masculina –estambre- de la flor hacia la femenina –estigma-, que al depositarse sobre ella fecunda los óvulos. De este proceso surgen frutos y semillas de plantas silvestres y cultivadas. Este transporte lo realizan distintos vectores como el viento o el agua, o animales llamados polinizadores: aves, murciélagos e insectos como escarabajos, moscas, mariposas y más de 20 mil especies de abejas.
Una publicación en la prestigiosa revista Science demuestra que una mayor diversidad de estos polinizadores aumenta el rendimiento de distintos cultivos en pequeños y grandes campos.
“Fue un estudio que llevó, entre preparación y datos de campo, aproximadamente siete años. Se realizó en 344 campos con 33 sistemas de cultivo diferentes, en 12 países de África, Asia y Latinoamérica. Fue un esfuerzo en conjunto en los tres continentes en donde todos realizaron el mismo protocolo para estudiar de qué manera se podía aumentar la producción agrícola a través de la promoción de la biodiversidad”, explica Lucas Garibaldi, autor principal del trabajo e investigador adjunto del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Recursos Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural (IRNAD) de la Sede Andina de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), donde se desempeña como su director.
Durante los últimos 50 años la producción agrícola aumentó sus rindes mediante la intensificación convencional, que se basa en un gran uso de agroquímicos y monocultivos y depende de insumos externos.
Lo que se plantea en este trabajo sobre el rol de los polinizadores es utilizar técnicas de intensificación ecológica que intenten restaurar los balances ecológicos a través de la biodiversidad y, como consecuencia, depender menos de insumos externos o complementarlos. De esta manera se podría aumentar la producción sin tener los altos costos ambientales y sociales del sistema tradicional.
"Uno de los aspectos importantes de este trabajo es que demuestra que la intensificación ecológica es factible y lo es donde es más necesario. La seguridad alimentaria no sólo depende de la cantidad de comida producida. Que un productor en Estados Unidos aumente un 5 por ciento la producción de maíz no implica mayor seguridad alimentaria para una persona que vive en África. Primero porque ese maíz muchas veces es utilizado para biocombustibles y no para alimentos y segundo porque la persona que vive en África no tiene dinero para comprar alimentos en un mercado. Por lo tanto hay que trabajar localmente con la gente que lo vive a diario y aumentar las producciones en esos lugares donde se usa el mismo alimento que se produce. Es una forma de reducir la pobreza, y si hay un excedente esa misma gente lo va a vender o intercambiar”, advierte el ingeniero agrónomo.
Garibaldi fue uno de los científicos encargado de entrenar a profesionales de los distintos países del mundo donde se realizaron los estudios para asegurar que las mediciones de factibilidad de la intensificación ecológica fueran las mismas. Se aplicó un protocolo en común que contiene los requerimientos para relevar distintos campos con manejos contrastantes, algunos con más intensificación ecológica que otros, y evaluar su cantidad de polinizadores y a partir de allí relacionarlos con la cantidad producida.
En el proceso de medición de las toneladas que obtienen los productores por hectárea, descubrieron que existen escenarios de ‘ganar-ganar’ ya que más producción también implica que haya una mayor biodiversidad mientras que en la intensificación convencional más producción implica menos biodiversidad por el uso de agroquímicos para el control de plagas.
Los campos fueron seleccionados porque tenían producciones regionales relevantes que dependían en alguna medida de polinizadores como canola, arvejas, habas, melones, sandías, porotos, girasol, algodón, café, mango, alfalfa, cardamomo, tomates, manzana y frambuesas, entre otros.
La idea del trabajo fue contrastar grandes y pequeños establecimientos, y por eso se trató de tener representados aproximadamente 50 por ciento de cada uno. Los especialistas detectaron que en los campos grandes que tienen menos contacto con hábitats naturales había una menor biodiversidad, y por lo tanto no había un buen efecto de los polinizadores.
“A partir de este estudio hay un mensaje claro de que es importante promover la diversidad en los paisajes agrícolas. Esta cuestión no solamente es importante desde el punto de vista de la herencia biocultural sino también desde los aspectos económicos de la producción y de seguridad alimentaria. Los resultados son consistentes, los países deberían establecer políticas en este sentido”, concluye el investigador