La Aldea de San Nicolás, al oeste de Gran Canaria, es "una isla dentro de una isla", una localidad que se ha volcado en un ambicioso proyecto de restauración ambiental para recuperar un paisaje que se perdió hace más de cuatrocientos años.
Sus habitantes han lamentado durante décadas que el “exceso” de protección haya podido limitar su desarrollo o una expansión urbanístico-turística similar a la de otras zonas del archipiélago.
Pero hoy perciben que los recursos naturales y el paisaje son su principal valor, que pueden ser la mejor oportunidad para el desarrollo y el elemento sobre el que se sustentará una oferta turística muy diferenciada.
Y es que el 82 por ciento del municipio está en espacios naturales protegidos; pertenece en su integridad a la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria y está rodeada por varios espacios de la red europea Natura 2000, que pretende asegurar a largo plazo los hábitats y las especies más representativos de Europa.
El proyecto Life europeo “Guguy”, en el que participan el Cabildo de Gran Canaria y la empresa pública Gesplan -además de la UE- persigue recuperar los bosques endémicos de cedro canario, que ha estado al borde de la extinción, pero también las sabinas, los pinos canarios o los brezales que hace siglos tapizaban las montañas.
Especies endémicas, hábitats de interés…..
Las administraciones (los gestores del espacio natural, el Ayuntamiento, el Cabildo insular, el Gobierno canario y la Comisión Europea) han empeñado recursos en esa transformación, ya que se trata además de una de las zonas más importantes para la conservación de la isla de Gran Canaria debido al número de especies endémicas que alberga y al interés de sus diferentes hábitats.
Todas las zonas donde se van a desarrollar los trabajos de restauración están incluidas en la red Natura 2000, y las partes implicadas están convencidas de que el proyecto no podría obtener los resultados deseados sin la cooperación de la población local; al principio, por los empleos directos que están generando esos trabajos, y después por las nuevas oportunidades que pueden surgir en torno a los recursos naturales de la zona.
El alcalde de La Aldea, Tomás Pérez, ha subrayado esa implicación de la población y que gracias a la labor divulgativa y de sensibilización ambiental entienda que la “impresionante riqueza” natural puede ser un atractivo turístico cada vez mayor.
En declaraciones a EFE, Tomás Pérez ha insistido en que esa cantidad de zonas protegidas no impide que tengan también alguna reserva de suelo para usos turísticos en el municipio, para que la conservación de los recursos naturales pueda avanzar de la mano del crecimiento económico y social del pueblo.
El alcalde ha incidido en que el trabajo del consistorio estará durante los próximos años encaminado “a conservar y potenciar el alto valor que tiene la naturaleza para nosotros, porque muchos turistas vienen buscando ese contacto con la naturaleza que ya no encuentran en otros lugares”.
Los habitantes, dueños y partícipes del proyecto
Para el director técnico del proyecto, Gustavo Viera, gran parte del éxito se debe a la implicación de los habitantes y a que han asumido la recuperación de esos hábitat “como una oportunidad” para el futuro. “Se sienten partícipes y dueños del proyecto”, ha dicho.
Al inicio del proyecto existían menos de cincuenta cedros de Gran Canaria -genéticamente diferentes a los de otras islas del archipiélago- en un estado “paupérrimo” de conservación, y aunque la iniciativa nació con la intención de reproducir unos 1.000 ejemplares, ya se han logrado unos 4.000.
Viera está convencido de que este proyecto (que comenzó en 2013 y finalizará en 2017) ha sido “un acicate” para los habitantes de La Aldea, porque históricamente han sentido que las diferentes figuras de protección de sus espacios “acogotaban” al pueblo y sólo servían para frenar su desarrollo.
“El proyecto ha conseguido poner en valor esas figuras de protección y que los habitantes se den cuenta de que son una oportunidad, porque difícilmente nadie va a encontrar la riqueza natural que ellos tienen para su explotación turística o de otro tipo”, ha manifestado a EFE.
A su juicio, los pobladores de La Aldea se sienten hoy “orgullosos” de su naturaleza y de que Europa les haya puesto en el foco con este proyecto, y están convencidos de que la restauración de este hábitat va a atraer a un público muy diferente y va a consolidar un modelo turístico diferente, natural y de calidad.
La principal amenaza de la reforestación son las cabras asilvestradas que viven en las montañas, procedentes de antiguas cabañas ganaderas pero que carecen ahora “de dueño y de uso” y que amenazan el éxito de las plantaciones, por lo que uno de los objetivos es también “acotar y reducir” estos herbívoros.
La bióloga Isabel Nogales, directora de la Reserva Natural Especial de Güigüi, ha señalado en ese sentido que la UE ha dado “un ultimátum” para que se eliminen las cabras y evitar que frustren las labores de reforestación, por lo que se hacen batidas periódicas, aunque ha reconocido que se trata de decisiones controvertidas y polémicas, “porque a nadie le gusta matar un animal”.
Nogales, en declaraciones a EFE, ha explicado que el 80 por ciento del presupuesto previsto para plantaciones ya se ha ejecutado, y ha insistido en que ya ha comenzado a llegar a la zona un tipo de turista muy interesado en los recursos naturales y en que los habitantes han descubierto actividades nuevas -como el senderismo o la información y educación ambiental- que pueden tener mucho valor.