Funestas consecuencias por las altas temperaturas de mares y océanos
En el primer informe sobre la situación de los océanos, encargado por la Unión Europea, se denuncia un calentamiento de las aguas de la Tierra en consonancia con la subida general de las temperaturas del planeta. No se calientan sólo las aguas de superficie, sino que también las más profundas, un hecho nuevo y potencialmente muy desestabilizador para el equilibrio térmico.
Se estima que el calentamiento de los océanos sea responsable del 25% de la subida de las aguas de los últimos 50 años. Al final de este siglo se prevé un aumento del nivel de las aguas marinas de entre 28 y 131 centímetros, según los diferentes escenarios de crecimiento de las temperaturas. Una subida de dos metros sería suficiente para sumergir Florida o Bangladesh.
Según el IPCC – el grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático de las Naciones Unidas – la temperatura del planeta ha aumentado en 0,8 grados desde la época de la revolución industrial, mientras que en el último siglo, océanos y mares han subido 17 cm, con una tasa de crecimiento que ha llegado a los 3 milímetros por año.
“La subida del nivel del mar se produce por un aumento de la temperatura oceánica que, por expansión térmica, produce un incremento del volumen del agua del mar, y también por la fusión del hielo de los glaciares, causada por el aumento de la temperatura atmosférica”, explica Joan Pau Sierra, Catedrático de la UPC.
Huracanes y extinciones
La fuerte relación entre el calentamiento de la atmósfera y el de los océanos es consecuencia de los mecanismos que regulan la eliminación del CO2, uno de los responsables del efecto invernadero. El aumento de dióxido de carbono significa agua más ácida, con repercusiones directas, por ejemplo, hacia aquellos organismos que se construyen un caparazón calcáreo y que lo tendrán cada vez más complicado.
Otra consecuencia del calentamiento de las aguas es la mayor frecuencia de los huracanes que golpean sobre todo las costas de América Central, o el aumento de episodios atmosféricos violentos como los temporales que azotaron el Levante español entre enero y abril pasados.