Después de sobrevivir a miles de años de guerras, invasiones y voracidad por los materiales de construcción, los esplendores del antiguo Egipto podrían haber encontrado finalmente un adversario peor. «Tenemos miedo al cambio climático», asegura a ONU Medio Ambiente Mostafa Ghaddafi Abdel Rehim, un alto funcionario de antigüedades en Luxor.
Todo comenzó con la temperatura. Las grandes extensiones de Egipto, donde abundan los templos, siempre han sido zonas sofocantes durante el verano, pero nunca tanto como ahora o durante tanto tiempo, confirman los lugareños y los arqueólogos. Algunas jornadas de excavación han tenido que interrumpirse ya que los trabajadores se sobrecalientan y deshidratan en las zanjas de abiertas al sol.
En otros casos, las condiciones cambiantes incluso han obligado a los arqueólogos a alterar la forma en la que documentan los jeroglíficos en los muros. «Solíamos hacer cianotipos utilizando la luz solar natural, pero desde hace unos 20 años nos resulta cada vez más difícil grabar la imagen en el papel», comenta Ray Johnson, director de la Encuesta Epigráfica de la Universidad de Chicago; la institución académica estadounidense lleva casi un siglo trabajando en los monumentos y restos arqueológicos de la ciudad de Dyamet, situada en la orilla occidental del río.
«Nos dimos cuenta de que los muros se estaban poniendo cada vez más grises». En Karnak, una pequeña población localizada en la ribera oriental del Nilo, el colosal complejo que domina el acceso septentrional a Lúxor, el sol deslumbrante ya ha robado el color a la mayoría de las paredes.
Alrededor de Asuán, por su parte, la ciudad más meridional de Egipto, que se halla a varias horas de viaje en tren al sur de Lúxor, las temperaturas, que a veces superan los 40° C, están agrietando lentamente muchas de las estructuras de granito rosa, material que se expande con el sol diurno y luego se contrae durante la noche gracias al aire fresco, explica Johanna Sigl del Instituto Arqueológico Alemán de El Cairo. En su excavación, en el extremo inferior de la isla Elefantina, en medio del Nilo, varias inscripciones casi han desaparecido como consecuencia, se lamenta Sigl.
«En algunos casos, estos lugares son los cimientos de una industria del turismo que aporta muchos beneficios a la población local. Pero luego hay muchos edificios que están en el medio de la nada, y allí la situación es mucho más difícil a la hora de tomar decisiones sobre la conservación de sitios históricos vulnerables», recalca en una nota Mette Wilkie, directora de la División de Ecosistemas de ONU Medio Ambiente.
Sin embargo, el mayor daño ocurre durante el invierno. Los aguaceros cada vez más frecuentes están destruyendo antiguos edificios de adobe, la mayoría de los cuales han durado tanto tiempo debido a la escasez de lluvias. «Cada año notamos que crece este problema», subraya Christian Leblanc, jefe de la Misión Arqueológica Francesa en Tebas occidental.