Más de un centenar de pinos infestados sin una explicación. Era esta la situación del rancho que el físico James Crutchfield tenía en Santa Fe (Nuevo México, EEUU) cuando se encontró por primera vez con el músico David Dunn, hace 16 años. Coincidieron en Austria en un festival de música experimental, la pasión de Crutchfield y a la vez el trabajo de Dunn. Al escuchar la historia, el músico, que también trabajaba en Santa Fe, se ofreció para grabar los sonidos ambientales del rancho. De hecho, su especialidad era convertir en música los ruidos de la naturaleza. Con un ingenioso bricolaje, Dunn fabricó un sensor de ruidos y, al clavarlo en uno de los árboles, se le desveló una auténtica sinfonía. Los árboles estaban deshidratados: se podía detectar el sonido de las células que estallaban y generaban la caída de columnas de líquido. Y este estado debilitado había atraí- do una miríada de escarabajos que ronroneaban dentro de la corteza.
Esta es, más o menos, la historia del primer disco interpretado por escarabajos. Los editores, Crutchfield y Dunn, estuvieron en Barcelona con motivo del congreso En ressonància, organizado por el KRTU (Departament de Cultura de la Generalitat) y la Fundació Caixa Catalunya. «La grabación despertó la curiosidad de muchos científicos –dice Crutchfield–. Hasta entonces se pensaba que los insectos percibían el mundo básicamente por señales químicas, pero la rica textura sonora que desvelamos dio alas a la hipótesis de que también el sonido desempeña un papel». Los escarabajos podrían haber evolucionado hasta captar los sonidos emitidos por árboles deshidratados, luego más vulnerables.
MECANISMO DE AUDICIÓN
El problema de la hipótesis es que no se sabe nada sobre el mecanismo de audición de los insectos. Por ello, los dos investigadores están colaborando con un grupo de Canadá para averiguar si el sistema nervioso de los escarabajos responde a los sonidos. Pero aunque la bioacústica de los insectos siga siendo un misterio, el trabajo de Crutchfield y Dunn tiene un mérito indiscutible: haber desarrollado un sistema de detección temprana de la plaga. Y los resultados de esta línea de investigación van más allá. El pasado abril, un grupo de investigadores de Canadá reveló en la revista Nature que la invasión de los escarabajos está siendo amplificada por el cambio climático. Las infestaciones de Ips confusus (su nombre científico) son normales. «De hecho, el olor típico de los bosques de pinos viene de la resina que los árboles producen para defenderse de los insectos», comenta Dunn.
CÍRCULO VICIOSO
Sin embargo, las sequías hacen los árboles más vulnerables, mientras que los inviernos más suaves reducen el número de escarabajos exterminados por el frío. Por esto, porciones de bosque cada vez mayores acaban infestadas y pierden su capacidad de absorber CO2. Y cuando se pudren, incluso se convierten en fuentes de gas invernadero, alimentando aún más el calentamiento. Crutchfield y Dunn llaman a este círculo vicioso el cambio climático entomogénico, es decir, inducido por insectos. «El problema podría afectar a otras especies –comenta Crutchfield–. Imágenes de satélite han revelado invasiones de polillas en bosques siberianos».
Quizá la salvación también provenga de la música. Crutchfield y Dunn están desarrollando en colaboración con otros investigadores unas barreras acústicas para bloquear o desviar la expansión de los insectos. De momento se limitan a exponer a sonidos secciones de corteza infestadas que han llevado al laboratorio. Pero esperan que pronto puedan producir una solución viable en campo abierto.
Esquema atracción insectos