La galaxia que habitamos, la Vía Láctea, puede estar volviéndose cada vez más grande. Hasta el punto de estar creciendo unos 500 metros por segundo, lo suficientemente rápido como para cubrir la distancia de Madrid a Valencia en menos de doce minutos. Si se tienen en cuenta las dimensiones del Universo, es poca cosa, pero en 3.000 millones de años, y si lo permite la vecina Andrómeda, nuestra galaxia será un 5% más grande de lo que es hoy. Esta es la conclusión que presentará un equipo de astrónomos dirigido por Cristina Martínez-Lombilla, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) en Tenerife, en la Semana Europea de Astronomía y Ciencia Espacial que se celebra estos días en Liverpool (Inglaterra).
El Sistema Solar está ubicado en uno de los brazos de la Vía Láctea, una galaxia de unos 100.000 años luz de diámetro en la que varios cientos de miles de millones de estrellas y enormes cantidades de gas y polvo se entremezclan e interactúan a través de la fuerza de la gravedad. Es además, una espiral barrada, que consiste en un disco en el que las estrellas, el polvo y el gas se encuentran principalmente en un plano llano, con los brazos extendidos desde una barra central.
En el disco de la Vía Láctea hay estrellas de muchas edades diferentes. Las estrellas masivas, calientes y azules son muy luminosas y tienen una vida útil relativamente corta de millones de años, mientras que las estrellas de masa más baja terminan rojas y mucho más débiles y pueden vivir cientos de miles de millones de años. Las estrellas más jóvenes de corta vida se encuentran en el disco de la galaxia, donde las nuevas estrellas continúan formándose, mientras que las estrellas más viejas dominan en el bulto alrededor del centro galáctico y el halo que rodea el disco.
Algunas regiones de formación de estrellas se encuentran en el borde externo del disco, y los modelos de formación de galaxias predicen que las nuevas estrellas aumentarán lentamente el tamaño de la galaxia en la que residen. Pero un problema para establecer la forma de la Vía Láctea es que vivimos dentro de ella, por lo que los astrónomos tienen que estudiar galaxias similares a la nuestra en otros lugares para sacar conclusiones.
El efecto de Andrómeda
Martínez-Lombilla y sus colegas utilizaron el telescopio SDSS basado en tierra para datos ópticos, y los dos telescopios espaciales Galex y Spitzer para datos de casi UV e infrarrojo cercano, respectivamente, para observar en detalle las estrellas al final del disco encontradas otras dos galaxias muy similares a la nuestra: NGC 4565, a unos 43 millones de años luz, y NGC 5907, a unos 55 millones de años luz. "Las hemos elegido porque tienen propiedades similares a la nuestra y están orientadas de canto, lo cual es fundamental para poder tener señal suficiente en las partes más externas del disco. Además son las galaxias con mejor resolución espacial que cumplen las características anteriores, y por tanto, podemos muestrear mejor sus estructuras", explica la investigadora.
Los astrónomos midieron la luz en estas regiones, predominantemente procedente de estrellas azules jóvenes, y el movimiento vertical (hacia arriba y hacia abajo desde el disco) de las estrellas para calcular cuánto les llevaría alejarse de sus lugares de nacimiento, y cómo sus galaxias anfitrionas estaban creciendo en tamaño.
Con esta base, calculan que las galaxias como la Vía Láctea crecen unos 500 metros por segundo. "La Vía Láctea ya es bastante grande. Pero nuestro trabajo muestra que al menos la parte visible de ella está aumentando lentamente de tamaño, ya que las estrellas se forman en las afueras de la galaxia. No será rápido, pero si uno pudiera viajar en el tiempo y observar la galaxia dentro de 3.000 millones de años, sería un 5% más grande que hoy", señala Martínez-Lombilla. De todas formas, ese desarrollo no afecta en absoluto a nuestro Sistema Solar, situado a menos de la mitad del disco.
Este lento crecimiento puede ser discutible en un futuro lejano, ya que los astrónomos predicen que la Vía Láctea colisionará con la vecina galaxia de Andrómeda en unos 4.000 millones de años, y la forma de ambas cambiará radicalmente a medida que se fusionen.