La organización sin ánimo de lucro inglesa Powerful Thinking editó hace meses un detallado estudio sobre la huella de carbono de los festivales de música.
Los generadores de gasoil, que se utilizan para asegurar que todo funciona y no haya apagones, emplean hasta cinco millones de litros de diésel. Eso supone la emisión de 19,778 toneladas de CO2 cada año o el equivalente a tener un cuarto de millón de coches circulando.
El estudio concluye, con mucha lógica, que si el Reino Unido tiene objetivos de descarbonizar la economía, los festivales pueden hacer mucho por mejorar. Sobre todo teniendo en cuenta que siguen creciendo en número. En el último Congreso del sector celebrado en Bilbao –de nombre Bime– se contabilizaron hasta 198 festivales en España en 2018.
«El combustible es dinero. Cuando los organizadores se interesan por la sostenibilidad suelen empezar por aquí. Además, normalmente se ponen más de los necesarios para asegurar el suministro. Lo primero es medir correctamente el consumo», dice Jone Pérez Landa, analista de la organización A Greener Festival. La ONG lleva 10 años creando conciencia sobre este tema.
Realizan auditorías medioambientales entre los festivales de medio mundo (ya llevan más de 400) y cuentan con un premio anual que pone en valor las mejores iniciativas.
«Cada vez noto que hay más interés. La sensación es que países como Holanda y Francia están despuntando principalmente porque se han metido los gobiernos y exigen que se certifiquen los impactos. Los hay que aplican incluso conceptos de economía circular y proponen sacar sustancias de la orina de los asistentes para hacer abonos o sacar energía».
Energía
Un ejemplo icónico para la organización en lo que a energía se refiere es el Boom de Portugal que «cuenta con aerogeneradores, que producen energía durante todo el año. Esta se acumula para usarla cuando se celebra el festival. Solo una vez cada dos años para que la zona se recupere», explica Pérez.
Un festival no es sólo la energía que se necesita. Las estrategias a favor del medio ambiente pasan por el transporte y los desplazamientos; el reciclaje y la gestión de residuos, el consumo de agua, el tratamiento de los residuos, etc.
«La guerra al plástico se está extendiendo por España. Poco a poco la sostenibilidad va calando; cada vez se auditan más festivales y se aplican medidas de reducción de los impactos. La concienciación depende también mucho del perfil del público que acude. Por ejemplo, el Own Spirit de Huesca mueve un estilo de gente que cuida la naturaleza y que están más concienciada. Si los festivales son tipo comercial, están peor gestionados».
Los vasos reutilizables también se están convirtiendo en una medida estrella de estas citas. Ejemplo de ello es el Rototom Sunsplash, el festival reggae más importante de Europa que se celebra en Benicassim. El evento se declara libre de plástico. No sólo cuentan con un sistema de vasos reutilizables, sino que todas sus barras están hechas con material biodegradable.
Las pajitas de las copas están fabricadas con almidón de maíz. Además, hacen campañas de limpieza de playas de plástico y cuentan con un pulmón verde en su zona de acampada. Este año han sembrado 70 nuevos ejemplares de olivo para dar sombra y contrarrestar las emisiones de CO2. «Son ya más de medio millar los árboles plantados en el camping», dicen sus portavoces.
Huella de carbono
El Shambala (Reino Unido) han decidido apostar por reducir la huella de carbono de los asistentes. Según el estudio de la industria el 80% de las emisiones de un festival provienen del transporte. Para esto ya desde 2018 han incluido la figura del entrenador de viajeros.
«Para animar a nuestra audiencia a viajar en transporte público, proporcionamos autocares subvencionados que vienen desde todo el país. También contamos con autobuses de enlace desde la estación de tren local», dicen en su web. Por último, tienen una instalación de puntos de recarga para coches eléctricos.
Otro guiño al medio ambiente es la instalación de baños compostables. Todo lo que sale de los baños químicos se transforma en abono.
«Hay festivales muy grandes de 400 baños que dan servicios a 20.000 personas. En dos días de festival se generan 20.000 litros de aguas negras. (0,3 diarios por persona de media)», explica Luis Miguel Ballesteros, gerente de Sani Eventos, empresa de alquiler de baños portátiles.
Un residuo incómodo
En algunas de estas citas multitudinarias más de uno seguro que ha tenido la sensación de que faltan urinarios. El colectivo que gestiona los baños portátiles se lamenta de que la cantidad de WC de los eventos van siempre muy ajustados a la normativa.
«El decreto que regula el tema de los espectáculos públicos es del año 82. Si se tratara de un festival con más de 20.000 personas y más de 12 horas de duración, según la norma UNE (normativa que desarrolló el sector privado) deberían instalarse 487 cabinas. Mientras que el Real Decreto limita la obligación a 160. En ocasiones son los organizadores de eventos quienes son reacios a cumplir incluso los mínimos legales que, por otra parte, no garantizan la suficiencia de la cantidad de cabinas que se instalan. La solución debe ser legal; hay que revisar la norma del 82», opina Juan Ignacio Xiberta, director del área de Medio Ambiente de la asesoría Life Abogados.
El mercado de los baños portátiles también confirma que los festivales se multiplican y es que en tres años las ventas de este sector han crecido un 20%.
Depuradoras
Otra parte un poco delicada es qué hacer una vez que se ha generado el residuo. Cuando tiras de la cadena en estos baños sale un producto químico que mata el olor y limpia. Todo eso queda almacenado.
Esto evita el uso de agua, ya que con 20 litros se pueden hacer hasta 6.000 usos. Una vez acabado el evento se vacían las cabinas en un camión y se llevan a una depuradora. Y ahí empiezan los problemas para algunas de estas gestoras.
En principio, las depuradoras autorizan el vaciado del residuo, pero con la condición de que se pueda admitir. Muchas veces, las concentraciones juegan una mala pasada. «El baño portátil ahorra agua, pero la depuradora se encuentra un resto con mucho orín y poca agua que rechaza, porque el ph es muy alto», dice Ballesteros.
El experto remarca que el problema está en los pueblos pequeños: «Las depuradoras están diseñadas en función de los habitantes. Cuando hay un festival y van 60.000 personas no puedes tirar todos esos residuos. Al final, esperando y con trámites consiguen que el residuo entre en planta, pero los retrasos les generan costes de operación innecesarios. Hay una solución viable: echarlo al alcantarillado público. La mayoría de los ayuntamientos tiene zona para caravanas y allí no hay problema de echar el residuo a la alcantarilla. Otra solución sería hacer compost pero eso supone más transporte y emisiones y limita las cosas, porque la normativa prohibe llevar los residuos a otra Comunidad Autónoma».
Colillas
Lo más difícil de gestionar son las colillas, dicen desde la ONG «A Greener Festival», entre otras cosas porque los usuarios no lo perciben tan claramente como basura. Sin embargo, hay ejemplos reseñables en la lucha contra este residuo, como el festival «Sonidos Líquidos» en Lanzarote.
Durante la celebración hay un personaje creado con colillas, el señor «cigüarro», que reparte ceniceros de bolsillo. Además, «adelantan la hora de los conciertos para aprovechar la luz del día y no molestar a la fauna de la zona en la que se celebra la cita».
Fuente: Eva Martínez Rull / La Razón,
Artículo de referencia: https://www.larazon.es/sociedad/medio-ambiente/basura-y-toneladas-de-co2-la-otra-cara-de-los-festivales-PA24177228,