Antes del alimento está la semilla, pero esta, origen de nuestra vida, ya no es la que era por culpa de una producción agrícola industrializada que promueve las semillas transgénicas. Frente a este orden económico, coge fuerza en Catalunya un movimiento denominado Som lo que Sembrem (somos lo que sembramos), que persigue impedir la extensión de los cultivos transgénicos. La feria BioCultura, la más importante de España dedicada a la agricultura biológica, que se ha celebrado este fin de semana en el Palau Sant Jordi de Barcelona, ha impulsado una movilización ciudadana sin precedentes. A la cabeza está Carlo Petrini, presidente de Slow Food, una asociación internacional en defensa de los alimentos buenos, limpios y justos.
"Es una lucha que iniciamos hoy y que la hacemos por nuestros hijos, porque la crisis alimentaria es el mayor problema que tiene la humanidad". Petrini, entrevistado ayer por la mañana en una antigua vaquería del Eixample reconvertida en bar de copas, está convencido de que la victoria final estará de su parte. "La industria agroalimentaria cambiará – asegura-. No tendrá más remedio", y lo hará por la presión de una ciudadanía que cada día exige mejores alimentos y que desea recuperar el orgullo por los productos autóctonos.
Petrini expuso sus ideas en una sala del Palau Sant Jordi que se quedó pequeña para escucharle. Unas trescientas personas asentían a cada una de sus aseveraciones. Eran la punta de lanza de un movimiento que va camino de recoger 50.000 firmas para forzar al Parlament a que declare a Catalunya libre de transgénicos. España es el país con más maíz transgénico de Europa: 56.000 hectáreas, de las cuales 20.000 pertenecen a Catalunya. En toda Alemania, por ejemplo, sólo hay 8.000. Francia, Italia y Grecia se niegan a aceptar este tipo de cultivo.
Petrini piensa que España y Catalunya deben cambiar rápidamente a una agricultura más sostenible porque la agricultura intensiva que han practicado ha contaminado el suelo, le ha restado fertilidad y ha reducido drásticamente la biodiversidad .
Un país orgulloso de su gastronomía debe, a su juicio, conseguir que los cocineros, además de salir en televisión con nuevas recetas, planten cara a la industria y digan, como están a punto de hacer en Francia figuras de la talla de Alain Ducase, que se oponen a los alimentos modificados genéticamente.
Una de las razones de esta modificación está en producir alimentos más resistentes a las plagas y más aptos para el transporte. Petrini, sin embargo, insiste en que son perjudiciales porque consumen mucha agua y reducen al campesino a un simple peón de las multinacionales.
Propone, a cambio, un regreso a la agricultura de proximidad, capaz de colocar productos frescos con mucha rapidez en un mercado cercano al consumidor, donde este consumidor, asimismo, pueda conocer la forma en que se han cultivado. "Volverán las vaquerías", asegura frente al mostrador de la que antes había en el cruce de Tamarit con Rocafort. "Leche fresca, cada mañana, traída de una granja cercana". Petrini sonríe imaginando este futuro que "está más próximo de lo que creemos ".