La ruta de los pesticidas no acaba en el momento en el que finaliza el cultivo para el que se han utilizado. La trayectoria que siguen los productos que proceden de la degradación de los pesticidas contribuye a la contaminación del agua subterránea, en la que pueden persistir durante años. El tiempo dependerá de la estructura química de los compuestos y de las condiciones ambientales. Los efectos en la salud humana se derivan del consumo de productos, marinos o vegetales, contaminados.
Tanto pesticidas como fertilizantes, herbicidas, fungicidas o insecticidas pueden convertirse en una fuente de contaminación del agua subterránea. A pesar de que su aplicación es externa, es decir, se usan en cultivos, árboles frutales e incluso granjas de animales, algunos pueden llegar al agua subterránea y permanecer en ella durante largos periodos de tiempo, lo que la convierte también en potencial contaminante para la salud de las personas. Y es que en algunos casos las aguas subterráneas abastecen pozos o manantiales que sirven para el consumo humano. Según datos de la Agencia de Investigaciones Geológicas de EE.UU. (USGS, en sus siglas inglesas), casi una cuarta parte del agua dulce utilizada en dicho país procede de aguas subterráneas.
El agua amenazada
Si bien hasta bien entrada la década de los 70 se consideraba que las aguas subterráneas tenían "cierto nivel de protección", a partir de entonces empezaron a aparecer episodios de contaminación en los mantos freáticos que pusieron en evidencia la capacidad de ciertos contaminantes para atravesar todas las capas de filtración, llegar a la zona de saturación y contaminar las aguas. Desde el año 1949 y hasta 2004, los expertos de la USGS han evaluado las características de esta contaminación y las sustancias más implicadas. Según este estudio estadounidense, uno de los pesticidas más persistentes ha sido sobre todo el herbicida triazina, altamente contaminante en el agua y cuyos niveles detectados han sido muy elevados.
En total, se han detectado 74 pesticidas en 28 estados, y de 1970 a 1985 se confirmaron más de 52.000 casos de enfermedad por contaminación del agua. En esta investigación no se ha detectado, sin embargo, la presencia de insecticidas o fungicidas. En el ámbito europeo, la vulnerabilidad de los recursos hídricos quedaba reflejada en un estudio realizado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), según el cual un 70 por ciento de los ríos españoles estaban amenazados, especialmente por los pesticidas. Otro estudio, esta vez realizado por el Institut Français de l Environment (IFEN, en sus siglas francesas), demuestra que el 96 por ciento de las aguas superficiales y el 61 por ciento de las subterráneas del país están contaminadas por pesticidas.
El impacto de la agricultura
En 2003 ya lo advertía la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA): la agricultura es una de las principales amenazas para el agua potable. Según el informe "El agua en Europa: una evaluación basada en indicadores", uno de los retos actuales y hasta el año 2015 es conseguir un estado ecológico y químico de las aguas subterráneas bueno. Para ello, debe actuarse sobre la agricultura, aunque no ha de menospreciarse la contaminación por nitratos procedente de la producción ganadera intensiva.
En Europa, la Directiva Marco del Agua (DMA) tiene como objetivo fijar, para 2015, límites de concentración para 41 sustancias consideradas peligrosas para la seguridad del medio acuática. Entre estas sustancias se incluyen pesticidas, biocidas y metales pesados. El pasado mes de marzo, los ministros de Agricultura de la UE valoraban la propuesta de reducir un 60% el número de pesticidas comercializados. Según numerosas investigaciones, la contaminación en frutas y verduras se produce cuando penetran los compuestos contaminantes en sus tejidos. En algunos casos, incluso, pueden persistir en productos procesados.
En los alimentos
Algunos alimentos, como las verduras, pueden contener sustancias no deseadas, compuestos tóxicos que se acumulan en el cuerpo y que desde hace años son objeto de estudio. Y es que, además de aportar proteínas o vitaminas, sustancias beneficiosas para la salud, los alimentos también pueden actuar como vehículo de entrada de contaminantes ambientales, y que se incorporan por distintas vías: además de los fertilizantes, también los fármacos usados para la cría de ganado, o contaminantes industriales que se acumulan en la cadena alimentaria, e incluso compuestos que pueden aparecer tras someter a determinados alimentos a temperaturas elevadas.
Una buena muestra de este problema quedaba reflejada en un estudio realizado por la Real Comisión sobre Contaminación Ambiental del Reino Unido en 2003, en el que alertaba de la amenaza para la salud humana y el medio ambiente de productos como el DDT y otros pesticidas organoclorados, las dioxinas o los furanos. Entonces, la investigación británica exponía que el problema no está tanto en el "contacto directo" o ingesta directa a estas sustancias sino en su "resistencia a la descomposición y a la capacidad de acumularse en los organismos de los seres vivos a través de la dieta".
Una de las mayores herramientas aprobadas para luchar contra esta contaminación es el proyecto REACH (Registro, evaluación, autorización y restricción de las sustancias y preparados químicos), que se ha convertido en legislación armonizada y común para todos los Estados miembros. La necesidad de medidas como esta reside en los resultados de estudios europeos que demuestran que los consumidores de la Unión pueden llegar a consumir de un 60 por ciento a un 130 por ciento de la ingesta mensual tolerable recomendada por la OMS y la FAO.