Los insecticidas neonicotinoides afectan a las poblaciones de aves en Holanda según un estudio científico publicado en la prestigiosa revista Nature. Investigadores holandeses han sido capaces de mostrar por primera vez que altas concentraciones de un insecticida neonicotinoide, el imidacloprid, están asociadas con un declive de población en aves insectívoras. Para realizar el estudio, los científicos utilizaron mediciones de la calidad del agua superficial y los datos ofrecidos por el Common Breeding Bird Monitoring Scheme, el mismo programa de seguimiento de aves a largo plazo en el que trabaja SEO/BirdLife en España.
Según el estudio publicado en Nature, se ha encontrado una correlación significativa entre las presencia de neonicotinoides en el agua y el declive de la población de seis de las 15 especies de paseriformes estudiadas, incluidas el estornino común (Sturnus vulgaris), la alondra (Alauda arvensis) y la golondrina común (Hirundo rustica). En áreas con concentraciones de imidacloprid superiores a 20 nanogramos por litro en el agua superficial las poblaciones de aves tienden a desaparecer a un ritmo del 3,5% de media anual, demuestra el estudio. La disminución de recursos alimenticios, debido al efecto de los neonicotinoides en las comunidades de insectos, parece ser la causa de los declives de población observados, aseguran los autores.
Una evidencia más
El estudio publicado en Nature, la revista científica de máximo prestigio internacional, se suma a evidencias anteriores sobre el efecto de los neonicotinoides. La preocupación sobre el impacto de estos plaguicidas sistémicos en una amplia variedad de especies ha crecido en los últimos 20 años. Para realizar un análisis completo de la situación, el Task Force on Systemic Pesticides, un grupo internacional de científicos independientes que asesora a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), revisó durante cuatro años toda la literatura científica disponible, más de 800 estudios publicados en revistas científicas de alto impacto. Los resultados de este metaanálisis, dados a conocer en junio de 2014, confirmaron que los plaguicidas sistémicos son un riesgo grave para las abejas y otros polinizadores como las mariposas y afectan también a invertebrados como las lombrices y a vertebrados como las aves.
En los años 60, el uso de productos como los organofosfatos o el DDT, prohibidos hoy en día por su impacto ambiental y sobre la salud humana, causaron un fuerte impacto sobre las aves y la biodiversidad. La bióloga estadounidense Rachel Carson dió la voz de alerta con un libro titulado Primavera silenciosa (1962) en el que denunciaba la situación de unos campos cada vez más vacíos de vida. Pasados 50 años podemos estarnos enfrentando a una situación similar: campos silenciosos, sin insectos ni aves debido al uso de nuevos químicos agroindustriales.
Las aves agrarias están en declive
Para SEO/BirdLife, la acumulación de estudios sobre el efecto de los neonicotinoides evidencian la degradación ambiental que sufren los sistemas agrarios, detectada ya a través de sus programas de seguimiento de aves, que muestran un declive continuado de las especies comunes asociadas a los paisajes agrícolas. Por ejemplo, la golondrina común, Ave del Año de 2014, muestra una reducción de su población de más del 30% en la última década. Y otras, como la codorniz, el sisón o la calandria están en una situación similar.
Aunque la UE ya ha prohibido temporalmente el uso de estos productos en algunos cultivos, el problema tiene una escala global, y sería necesario empezar a trabajar en un cambio profundo del modelo agrario, reconectando los sistemas productivos a los ciclos naturales. Esto podría tener un impacto en los rendimientos por hectárea en ciertas zonas, pero igualmente acabaría reduciendo los costes crecientes en inputs y ofrecería más garantías de futuro sobre el suministro de alimentos.
Un modelo agrario más sostenible y extensivo permitiría distribuir mejor el empleo y las rentas, a la vez que conservaría los paisajes y la riqueza natural. Un reto difícil pero crucial. A pesar de que la nueva Política Agrícola Común (PAC) recién reformada por la UE no está orientada a este cambio de modelo, contiene herramientas que pueden ayudar a iniciar el camino. También puede contribuir la Directiva de Uso Sostenible de los Plaguicidas, que promueve la gestión integrada de plagas y la búsqueda de alternativas no químicas contra ellas. Sea como sea, en cuanto a los neonicotinoides es evidente que debe aplicarse con más fuerza el principio de precaución.
¿QUÉ SON LOS NEONICOTINOIDES?
Los plaguicidas sistémicos o neonicotinoides son absorbidos por la planta, transportándose a todos los tejidos (hojas, flores, raíces y tallos, así como polen y néctar). Se utilizan cada vez más como un profiláctico con el que tratar suelos o semillas para evitar la plagas en vez de hacer un tratamiento sólo cuando aparece el problema. Son capaces de persistir y acumularse, en particular en el suelo, durante meses o años. Esto aumenta su toxicidad y los hace más perjudiciales para especies a las que no van dirigidos. Estos productos se utilizan en más de 120 países y generan un mercado de 2.600 millones anuales, según cifras de 2011 ofrecidas por el Task Force on Systemic Pesticides.