La urbe más conocida de Sudáfrica se ha escapado por los pelos, pero el peligro seguirá acechándola. Ciudad del Cabo, sede del Parlamento del país, estuvo a punto de convertirse en la primera gran capital mundial en quedarse sin agua para abastecer a sus habitantes. Medidas drásticas de ahorro y unas providenciales lluvias han retrasado por ahora la llegada del llamado día cero, en que los grifos habrían dejado de manar, hasta al menos el año que viene. Pero si no cambian muchas cosas, el medio millón de habitantes de la ciudad -que con los inmensos y míseros guetos negros que la rodean suman una población cercana a los cuatro millones- seguirán amenazados por el espectro de la sed.
Entre las acciones cotidianas que los vecinos de Cape Town han tenido que incorporar a su rutina en los últimos meses figuran las de vaciar la cisterna del retrete sólo una vez al día, limitar la duración de las duchas a menos de dos minutos, recoger la escasa agua de lluvia, colocar cubos u otros recipientes bajo cada grifo para no desperdiciar ni una sola gota, reaprovechar el agua de la lavadora o dejar de lavar el coche. El 1 de enero se limitó el suministro a 87 litros por persona y día. El 1 de febrero se rebajó a 50 litros (límite que sigue vigente). El consumo medio de un californiano -en un territorio que también ha sufrido una grave sequía durante años- en 2016 de 321 litros.
El día cero hubiera implicado que los grifos domésticos se habrían quedado secos y que todos los habitantes habrían tenido que acudir a puntos comunales de suministro -se habían preparado unos 200, que hubieran atendido a 20.000 personas cada uno- donde se les hubieran proporcionado 20 litros diarios por cabeza.
Se trata sin embargo de algo que, sin racionamiento hasta ahora, ya estaban obligados a hacer desde hace décadas los habitantes de los townships, enormes barrios de chabolas o, en algunos puntos, viviendas algo más sólidas, como Gughuletu, Khayelitsha o Mitchell´s Plain, donde cientos de miles de viviendas carecen de agua corriente. Nada que ver con el encanto del centro histórico colonial y los lujosos barrios blancos que lo rodean (Sudáfrica es uno de los países más desiguales del planeta). Con estas medidas, el consumo disminuyó de 1.200 millones de litros diarios a mediados del 2015 a 600 millones a mediados de 2017 y a 507 millones a finales de abril pasado.
Duras sanciones
Quienes se saltaran estos límites afrontaban fuertes multas o el corte inmediato del suministro al alcanzarlo en el caso de disponer de contadores. "No fue una solución bonita, pero no era un problema bonito", justifica la portavoz municipal Priya Reddy. "La amenaza del día cero nos hizo reflexionar sobre el acceso al agua. Nunca, nunca, nunca volveremos a darlo por sentado", afirma una vecina de uno de los barrios blancos acomodados, donde el consumo era elevadísimo debido a sus amplios jardines y piscinas, que tuvo que acudir a un manantial cercano para buscar agua para beber y lavarse, como tantos de sus conciudadanos negros y pobres han hecho toda la vida.
Debido a la falta de lluvias, la cuarta parte de los cultivos de los alrededores se han perdido, y decenas de miles de temporeros agrícolas se han quedado sin ingresos. Tras tres años de la peor sequía que se recuerda, a finales de marzo, unas fuertes tormentas empezaron a revertir la situación y a finales de abril se registró otro episodio de intensas precipitaciones que causaron incluso inundaciones. Los embalses, que en 2014 estaban llenos, superan ya el 20% de su capacidad conjunta, aunque las alarmas siguen encendidas. Pese a que la llegada de las lluvias primaverales haya mejorado la situación, el cambio climático seguirá intensificando y prolongando las sequías de este territorio austral africano, uno de los pocos rincones del mundo de clima mediterráneo.