Bosques santificados
Mientras el lector lee esta frase, 120 hectáreas de bosque tropical han desaparecido. 24 cada segundo. Este elevado ritmo de deforestación supone en la práctica la destrucción del hogar de la mitad de las especies conocidas del planeta, también de seres humanos, y de un importante almacén de millones de toneladas de carbono. Tal es su eficacia atrapando este gas que "puede representar un tercio de mitigación del cambio climático durante las próximas décadas", asegura el ministro de Clima y Medio Ambiente de Noruega, Vidar Helgesen.
Por eso, "hay que luchar contra la deforestación y también reparar el daño causado", añade durante la ceremonia de inauguración este lunes de la Iniciativa Interreligiosa para salvar los Bosques Tropicales que el Gobierno noruego ha organizado junto con la Fundación Rainforest y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Oslo. Una reunión -que culmina este miércoles- de líderes religiosos e indígenas de todo el mundo para subrayar su papel en esta batalla. Los primeros, aprovechar su poder de influencia para atraer a sus feligreses hacia la causa. Los segundos, como garantes del conocimiento ancestral para la protección de su casa, la naturaleza, que defienden cada día para beneficio de todos y riesgo de su vida.
"Los políticos y los científicos, que ocupan distintos cargos en otros ámbitos no pueden hablar con la misma autoridad moral que los líderes religiosos. La practica de la religión es una forma de relacionarse con los valores más sagrados de la vida", señaló Kusumita Pedersen, subdirectora del Parlamento de las Religiones del Mundo. "La ciencia por sí sola no cambia el corazón humano", añadió Mary Evelyn Tucker, directora del Foro de Religión y Ecología de la Universidad de Yale. Ahora ese poder se puede (y debe) concentrar en una causa: salvar los bosques tropicales. "Cada lugar de oración debe ser un centro ecológico y que ofrezca formas de cambiar el mundo", sugirió William Vendley, secretario general de Religiones para la Paz.
De momento, el plan es reunirse de nuevo en una cumbre global interreligiosa en 2018, ya con un programa de acción elaborado. Los bosques tropicales, actualmente escenarios de disputas por la propiedad y el uso de sus recursos, se convierten ahora también en un lugar para el entendimiento de religiones y tradiciones espirituales, unidas para su salvaguardia. A la espera de las propuestas concretas, los diálogos preliminares han puesto de acuerdo a los presentes en torno a varias ideas.
“Si continuamos deforestando es un suicidio. Nosotros, como mensajeros de Dios y guardianes de la creación, tenemos que promover la protección de nuestra casa común”. El arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia pontificia de ciencias en el Vaticano, abrió la primera mesa de debate con esta afirmación que, después, compartirían sus acompañantes sobre el escenario del Nobel Peace Center de la capital noruega. Indígenas, budistas, judíos, musulmanes, hinduistas y católicos creen que la Tierra es una creación divina que hay que cuidar. Un sentimiento y objetivo comunes en tiempos en los que entendimiento entre confesiones parece poco probable. Pero lo debe ser, impelía el prelado: “No es fácil rezar juntos, pero tenemos que tomar acción unidos para conservar el planeta que Dios nos ha dado”.
Metropolitan Emmanuel, vicepresidente de la Conferencia Europea de Iglesias, recogía el guante: “El cuidado de la Tierra debe unirnos, esto va más allá de las diferencias doctrinales”. “La Biblia dice que incluso cuando hay que defender el propio país, no tiene sentido destruir la fuente de su propia supervivencia”, anotaba en este sentido el rabino David Rosen, director internacional de asuntos interreligiosos del Comité Judío Americano en Israel. “Cuando Dios creó al primer ser humano, le llevó entre los árboles del Edén y le dijo: "Mira mi obra, cuan hermosa y digna de alabanza es. Y todo lo que he creado es para vuestro beneficio. Tened cuidado de no saquear ni destruir mi mundo, porque si lo hacéis no habrá quien lo arregle después", leía las Eclesiastés Rabá el rabino, para remarcar que no hay excusas para infringir un daño irreparable al planeta.
Aunque sea lo que en la realidad se hace: cada año, se deforesta una extensión de bosque tropical del tamaño de Austria. Y, tal como advierten desde la Fundación Rainforest de Noruega con la evidencia científica en la mano, puede tardar décadas, siglos, incluso milenios en recuperarse (si es que lo consiguen).