“Federico”, “Cristina”, “John” y “Miriam” son los nombres con que los científicos bautizaron a estos ejemplares, que con un poco de recelo, se instalaron en su nuevo hogar, a orillas de los ríos Guayabero y Lozada, en la Sierra de La Macarena.
Luego de dos años de permanecer en un programa de conservación en la Estación de Biología Tropical Roberto Franco de la U.N., en Villavicencio, en donde se simuló su hábitat natural, crecieron hasta alcanzar los dos metros y pesaron 150 kilogramos, fueron liberados en la naturaleza.
De esta manera culminó un proceso de liberación que comenzó, en la práctica, cuando Carlos Moreno, profesor de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia; Robinson Suárez, licenciado en educación; Rafael Moreno, biólogo, y el ingeniero ambiental Willington Martínez —bajo el liderazgo de la directora de la Estación y profesora asociada de la Facultad de Ciencias de la Institución, María Cristina Ardila—, se encargaron de trasladar los reptiles desde el centro de investigación hasta la Sierra de La Macarena.
No fue fácil llevarlos hasta su nuevo entorno. La profesora Ardila recuerda que todo comenzó hace más de tres años, cuando un grupo de expertos de la U.N. se propuso iniciar la liberación de un alto número de animales nacidos en la Estación, como fruto de un esfuerzo académico y científico ejecutado allí durante los últimos 19 años.
La idea era que fueran ejemplares adultos, “liberar cocodrilos jóvenes no siempre es lo recomendable porque son confiados y vulnerables, son animales que no suelen permanecer en lugares fijos y sobre los que es difícil esperar un proceso de reproducción exitoso”, menciona la docente.
Inició entonces un camino largo y complejo en el que se tuvieron que sortear, entre otras cosas, papeleos y un juicioso proceso legal que respetara al pie de la letra las normas vigentes, pero además, la creación de protocolos de Manejo y Sanidad, inéditos en el país.
De paso, se tuvo que buscar el apoyo financiero de la Corporación para el Desarrollo Sostenible de La Macarena (Cormacarena) y el patrocino de organizaciones no gubernamentales, como la Wildlife Conservation Society (WCS), así como de entidades oficiales, entre ellas el Instituto Humboldt.
Viajaron en avión
Los cocodrilos vivieron siempre en un estanque de la Estación Roberto Franco, allí fueron alimentados especialmente con peces y permanecieron bajo el cuidado de un personal experto liderado por Willington Martínez, quien gracias a su vasta experiencia fue el guía de la logística de desplazamiento para llevarlos a La Macarena el pasado viernes 30 de octubre, para ello se usaron lazos y se les taparon los ojos con mantas con el fin de lograr una restricción física que garantizara un adecuado manejo.
“La idea era reducir los niveles de estrés en cada reptil, porque de lo contrario desencadenan en su organismo enfermedades agudas que los ponen en grave peligro”, afirma el profesor Moreno, quien también se ha encargado del cuidado sanitario de los reptiles.
Se necesitó de la fuerza de seis hombres y de una mujer, Pilar Vanegas, zootecnista de la U.N., para aminorar el poderío de los cocodrilos, que fueron introducidos uno por uno en cuatro guacales de hasta 3,50 metros de largo y 70 centímetros de ancho.
De esta forma, estrechos pero bajo un escenario ideal para evitar accidentes, salieron de la estación en Villavicencio rumbo a la Base Aérea Militar de Apiay, donde los esperaba un avión de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) que se encargaría de trasladarlos a la zona urbana de La Macarena.
A pesar de haber estado en cautiverio, los cuatro están preparados para cazar porque fueron entrenados en la captura de presas vivas, esta es una de las exigencias que se debe cumplir si otra organización nacional quiere liberar cocodrilos en el país, la misma está incluida en el protocolo redactado por los expertos de la U.N., que además contempla no solo las condiciones que se deben observar para ser transportados, tal como se hizo en este caso, sino recomendaciones tras su liberación, por ejemplo, si llegaran a acercarse a un sitio habitado o si murieran.
Para saber si algo así ocurre, a los cuatro reptiles les instalaron en sus cuellos transmisores satelitales que informarán sobre su ubicación, sus recorridos y su comportamiento, parte de este empeño es redactar documentos científicos sobre el día a día de los cocodrilos y su conducta, porque en la actualidad son casi inexistentes.
Según explica el profesor Carlos Moreno, en la Estación de Biología Tropical Roberto Franco viven algo más de 490, es decir, cerca del 90 % de los que sobreviven, todos han nacido allí, este es el único lugar del país que los conserva y que está autorizado por el Acuerdo 1698 del extinto Inderena (hoy Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial) para reproducirlos; el 10 % restante se defiende como puede en Arauca, Vichada, Casanare o en zonas del Meta donde afrontan la presión humana.