El ruido humano altera la naturaleza

Según los resultados que presentan hoy en la revista Science, el 63% de las áreas naturales protegidas de EE.UU. registra ruidos de origen humano que duplican el volumen de los sonidos de la naturaleza. Y en un 21% de estas áreas el nivel del ruido multiplica por diez los niveles naturales.

Aunque no se han hecho estudios tan exhaustivos en otros países, biólogos españoles han informado de que la contaminación acústica también es común en espacios naturales de España y del resto de Europa. “El impacto de la contaminación acústica sobre los ecosistemas se ha subestimado”, declara por correo electrónico Rachel Buxton, primera autora de la investigación, para quien “falta concienciación”.

Según escriben los investigadores en Science, “la contaminación acústica se suele considerar un problema urbano”, pero también tiene efectos negativos en la naturaleza, donde “altera la distribución y el comportamiento de especies clave, [lo que] puede tener efectos en cascada sobre la integridad de los ecosistemas”. Un ejemplo de estos efectos en cascada son los que sufren algunas plantas, que pese a no percibir el sonido son víctimas colaterales de la contaminación acústica. 

El ruido afecta en primer lugar al comportamiento de animales. Lo puede hacer asustándolos, como en el caso de las aves que evitan volver al nido donde están sus huevos o sus crías, lo que afecta a su tasa de reproducción. O puede hacerlo interfiriendo en la capacidad de oír a presas o a depredadores, como en el caso de los felinos que dependen del oído para cazar, lo que afecta a su capacidad de supervivencia.

Sea a través de la reproducción o de la supervivencia de los animales, el ruido puede afectar a la composición de los ecosistemas. Así, se han documentado efectos indirectos sobre invertebrados que carecen del sentido del oído y sobre especies vegetales que dependen de animales para la dispersión de semillas. Para evaluar la magnitud del problema, los investigadores de la Universidad del Estado de Colorado han registrado los niveles de sonido en 492 puntos de espacios naturales protegidos de EE.UU.

Monitorizar la contaminación acústica, explican, es más difícil que medir otros tipos de contaminación ya que los sonidos no persisten en el medio ambiente -a diferencia de los contaminantes químicos-, se difunden a cientos o miles de metros de su lugar de origen y sus efectos no se pueden detectar por satélite. Los investigadores lo han resuelto instalando sensores en lugares estratégicos y grabando millones de horas de sonido ambiental.



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