Todos los agricultores saben que la producción de los cultivos mejora con riego y abono. Sin embargo, pocos son conscientes de la importancia real de la biodiversidad, ese sinfín de organismos que aparecen de forma natural en los campos y sus alrededores. Los agricultores pueden ayudar a conservarla en beneficio de todos, y debemos apoyarlos con conocimiento científico y políticas públicas.
Los cultivos son agroecosistemas: sistemas ecológicos que albergan, además de plantas cultivadas, una enorme biodiversidad en forma de animales, plantas y microorganismos de todo tipo que mantienen complejas relaciones entre sí.
Algunos de estos organismos, como insectos, hongos y malas hierbas, actúan como plagas, enfermedades y competidores del cultivo. Frente a ellos, los agricultores utilizan costosos pesticidas y herbicidas.
Por el contrario, otra parte de la biodiversidad beneficia a los cultivos proporcionando servicios ecosistémicos. Algunos ejemplos son el reciclado de los nutrientes en el suelo, que realizan los microbios, o el control de plagas y la polinización, responsabilidad de animales como aves e insectos.
Podemos incluso valorar cuánto cuestan los servicios ecosistémicos, calculando el volumen de cosecha que perderíamos si dichos procesos dejaran de ocurrir. Por ejemplo, la producción de alimentos en forma de frutos y semillas que dependen de la polinización realizada por los animales representa anualmente 342 000 millones de euros.
¿Cómo funciona la biodiversidad?
La biodiversidad puede proporcionar diferentes servicios a la vez en un mismo cultivo, por lo que entender cómo funciona de forma global resulta complicado.
¿Todos los organismos beneficiosos aparecen de forma simultánea en los mismos cultivos? ¿el hecho de tener más biodiversidad supone mejorar todo tipo de servicios ecosistémicos? Si es así, ¿qué puede hacer el agricultor para fomentar la combinación de efectos beneficiosos?
Para responder preguntas como las anteriores vamos a utilizar el caso del manzano de sidra de Asturias, un cultivo con fuerte arraigo cultural y generador de un producto de popularidad global.
Las pumaradas, o plantaciones de manzano asturianas, son pequeñas fincas cultivadas de forma tradicional, inmersas en un paisaje abigarrado y rico en setos vivos, pastizales y bosquetes autóctonos.
Aves insectívoras y plagas del manzano
Decenas de especies de aves silvestres insectívoras, como petirrojos, currucas, herrerillos y agateadores, utilizan las pumaradas como hábitat a lo largo de todo el año.
Distintas aves usan distintas estrategias para alimentarse. Así, los pequeños herrerillos se mueven con facilidad por los extremos de las ramas, capturando pulgones en los brotes tiernos y larvas de gorgojo en las flores. A la vez, los agateadores recorren las ramas y los troncos buscando gusanos de la manzana refugiados en las grietas de la corteza.
Como resultado de esta complementariedad, las pumaradas más ricas en especies de aves insectívoras albergan menos artrópodos, y sus manzanos están mejor defendidos de los insectos plaga.
Sin insectos polinizadores no hay sidra
El manzano es una planta autoestéril, las flores de un árbol solo se convierten en frutos cuando reciben el polen de otro árbol diferente.
Como el polen del manzano apenas viaja movido por el viento, los insectos son indispensables para transportarlo y fecundar las flores. Dicho de otro modo, la producción de manzana y, finalmente, la de sidra, dependen de los polinizadores.
El manzano de sidra tiene cerca de un centenar de especies de insectos polinizadores. Además de la abeja de la miel, una especie doméstica, también visitan las flores numerosas especies de abejas solitarias, abejorros y sírfidos (un tipo de díptero, pariente de las moscas).
La variedad de insectos es importante, y el cuajado de frutos mejora en aquellas pumaradas que albergan más especies de abejas silvestres.
De nuevo, los efectos positivos de la biodiversidad se basan en los roles complementarios de los distintos insectos polinizadores, que visitan las flores en distintos momentos y de formas diferentes.
Por ejemplo, los sírfidos están activos desde las primeras horas de la mañana, cuando las abejas de la miel apenas trabajan. Los abejorros, aunque no son tan abundantes como las abejas de la miel, son más eficientes a la hora de acarrear el polen y depositarlo en las flores para que se produzca la fecundación.
Un decálogo para fomentar la biodiversidad
El conocimiento sobre la biodiversidad sirve para identificar qué pueden hacer los agricultores para favorecerla y disfrutar así de los servicios ecosistémicos que esta proporciona.
La idea es que el agricultor trabaje su tierra permitiendo que sea un hábitat favorable, porque da refugio o comida, para distintos grupos de organismos beneficiosos.
Para las pumaradas asturianas hemos propuesto un decálogo de medidas diversas. Unas favorecen simultáneamente a distintos organismos, como la conservación de los setos vivos que forman las lindes de las plantaciones o la reducción del uso de pesticidas y herbicidas. Otras se orientan a grupos concretos, como la instalación de cajas nido para aves insectívoras o de hoteles de insectos para polinizadores.
Conservarla nos beneficia a todos
El agricultor que promueve los servicios ecosistémicos en sus cultivos obtiene beneficios directos e indirectos. Gracias a los microbios, a los polinizadores y a los enemigos naturales de las plagas, puede mejorar sus cosechas y ahorra al gastar menos en fertilizantes y pesticidas sintéticos.
Pero además, beneficia al conjunto de la sociedad, ya que contribuye a conservar la biodiversidad en un contexto de crisis global de la misma.
Para llegar a esta situación de ganancia recíproca, el agricultor necesita no solo información científica, sino también apoyo de las administraciones públicas para cambiar su forma de cultivar. Precisamente, la nueva Estrategia de la UE sobre Biodiversidad para 2030 podrá servir como marco para este fin.
Artículo de referencia: https://theconversation.com/sin-insectos-polinizadores-ni-aves-no-hay-sidra-140951,