Los anfibios (ranas, sapos, tritones y salamandras) de todo el mundo se enfrentan a un futuro incierto por la globalización de los males que les afectan.
De acuerdo con cifras de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) los anfibios son, a día de hoy, la clase natural más amenazada, por encima de aves e insectos: de las 7.500 especies conocidas, el 41% están catalogadas como ‘vulnerables’, ‘en peligro’ o ‘en peligro crítico’ de extinción y al menos 168 ya han desaparecido de la faz de la Tierra.
Desde hace décadas los expertos siguen la pista al principal sospechoso, un hongo (Batrachochytrium dendrobatidis) que transmite una grave enfermedad, la quitridiomicosis. Es una dolencia especialmente letal porque ataca la piel, que estos animales utilizan tanto para beber como para respirar.
La revista Science publica un estudio internacional, dirigido por investigadores australianos y en el que participa también el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), que cifra por primera vez los estragos causados por este hongo, al que atribuye haber diezmado la población de más de 500 especies de anfibios y haber llevado a la extinción a 90 en los últimos 50 años.
Aunque otros factores como la contaminación y la destrucción del hábitat han desempeñado un papel importante en el declive de los anfibios, la diseminación de esta enfermedad ha sido el factor más determinante.
«La globalización y el comercio de especies son las principales causas de esta pandemia y las que permiten que la propagación de ésta y otras enfermedades continúe», afirma Ben Scheele, investigador de la Universidad Nacional Australiana y primer autor del artículo.
«Los humanos movemos plantas y animales alrededor del mundo a un ritmo cada vez más rápido, introduciendo patógenos en nuevas zonas«.
Bosques tropicales y lagos pirenaicos
Aunque la presencia de diferentes cepas de este hongo se ha detectado ya en más de 60 países -incluyendo varios lagos pirenaicos-, las zonas más castigadas son Australia, América Central y Sudamérica.
«El efecto de esta enfermedad en los Andes ha sido absolutamente catastrófico», explica Ignacio de la Riva, científico del MNCN y coautor de la investigación. «Algunos de nuestros estudios ya habían revelado la extinción de varias especies y la disminución de muchas otras, sobre todo en los bosques».
Las primeras pistas se remontan a los años setenta, cuando empezaron a registrarse los primeros brotes, aunque los investigadores no fueron conscientes de la dimensión global de la amenaza hasta la década de los noventa.
En 1997 se describe por primera vez el Batrachochytrium dendrobatidis y 10 años después diferentes estudios comienzan a establecer la conexión con el aumento de los niveles de mortalidad en todo el mundo. El año pasado otro artículo publicado en Scienceapuntaba a que la cepa más destructiva pudo haber surgido en Corea en los años 50.
Tal vez por eso en Asia algunas especies parecen haber desarrollado cierta resistencia al hongo y no es descartable que otras poblaciones puedan seguir este ejemplo, aunque para otras ya será tarde.
«Dado que la quitridiomicosis, es muy virulenta y puede permanecer en el ambiente o en especies no vulnerables, la mayoría de las poblaciones infectadas se extinguen mucho antes de que sea posible la evolución de la resistencia», explica la doctora Claire Foster, coautora de la investigación.
«Y, desgraciadamente, no se han logrado métodos viables para erradicar este hongo, salvo en algunas masas de agua pequeñas y aisladas, en experimentos realizados en Mallorca», señala la investigadora.
Medidas de seguridad
Desde su aparición los sucesivos recuentos sobre las poblaciones de anfibios arrojan resultados cada vez más preocupantes. «Detener la difusión de esta enfermedad es muy difícil, por la globalización del comercio, el movimiento de bienes y mercancías, la introducción de especies exóticas, etc», reconoce De la Riva.
«Lo mejor que podemos hacer es prevenir: reforzando controles aduaneros y prohibiendo la venta de especies que puedan estar infectadas, tanto para terrariofilia como para granjas de ranas para consumo humano. Y educar a la gente para que no suelte animales exóticos en el campo», añade.
Y la desaparición de estos animales tiene efectos secundarios para todo el ecosistema. Por ejemplo, en áreas tropicales los anfibios mantienen a raya las poblaciones de mosquitos, uno de los principales transmisores de enfermedades: su desaparición aumenta los riesgos de epidemias.
Por eso los autores advierten de la «necesidad urgente» de mejorar la bioseguridad y la regulación del comercio de animales y plantas para frenar las extinciones en todo el mundo.
«Las enfermedades virulentas de la fauna silvestre están contribuyendo a la sexta extinción masiva de la Tierra», afirma Scheele. «Ésta en concreto ya ha causado la desaparición de anfibios en todo el mundo; hemos perdido algunas especies realmente increíbles».
Fuente: AMADO HERRERO / EL MUNDO,
Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2019/03/28/5c9cf08f21efa084748b463b.html,