Están escondidas entre las rocas y han llegado a sentirse cómodas en inusuales hábitats lodosos. Por ahí andan casi refugiadas las atractivas tortugas carey que hasta hace diez años los biólogos marinos consideraban prácticamente extintas, después de décadas y décadas de explotación humana para ingerir los huevos con presuntas propiedades afrodisíacas o para comerciar el caparazón leonado que puede acabar en forma de joyas femeninas o en extensiones de espuelas para las peleas de gallos.

Estas son las tortugas carey que han logrado dibujar una sonrisa en las comunidades de biólogos marinos y de ecologistas que trabajan en el Trópico americano. De repente la población de estos animales dejó de ser considerada “remanente” y ahora es una especie promisoria, aunque amenazada por la pesca indiscriminada y sus métodos de barrido.

“La gente pensaba que habían desaparecido, pero ahora hay esperanza”, expuso este jueves el biólogo Alexander Gaos, un especialista estadounidense que aún recuerda cómo sus colegas le vieron cara de loco cuando allá por 2007 le oyeron decir que quería investigar poblaciones de tortugas carey. Era poco menos que escribir sobre dinosaurios, pero Gaos comenzaba así una búsqueda que fue dando resultados incipientes en la costa pacífica desde México hasta Ecuador.

Ahora dice optimista que hay al menos 500 hembras anidadoras en los rincones del Pacífico de la región centroamericana, además de poblaciones aún menores en el Caribe. La carey está en la categoría mundial de “peligro crítico de extinción”, pero eso es una buena noticia para un especie que se le creía derrotada hace solo una década. Este fue el mensaje de Gaos al exponer sus conclusiones de años en la Universidad Nacional, con la intención de alertar sobre las amenazas para el crecimiento de esta tortuga poco viajera e inquilina frecuente de arrecifes en aguas poco profundas.

Gaos aún recuerda una reunión con colegas suyos y pescadores pequeños en El Salvador en 2004. Uno de estos tomó entonces la palabra y con algo de vergüenza dijo que en su playa solo había registrado 120 anidamientos en un año. ¡120! La cifra era la mejor noticia para los biólogos que desde entonces ubicaron la bahía salvadoreña Jaquilisco como uno de los puntos mayores de anidación de la carey, junto con el estero Padre Ramos, en Nicaragua.

Los Cóbanos, en la costa de El Salvador, y Aserradero, en la nicaragüense tienen un nivel medio de anidación, nivel al que pronto podría ingresar isla Pelada, en el pacífico norte de Costa Rica, país que tiene vigente una ley de prohibición del comercio de huevos de estas tortugas y del hermosa caparazón ámbar con vetas oscuras que aún se ve adornando algunos locales playeros o recortado en pequeñas piezas para joyas o monturas de anteojos.

En la frontera con Panamá, al sur, también se consiguen fácil los juegos de picos de carey curvados que se colocan a los gallos como extensión de sus espuelas para las peleas en los pueblos, mitad negocio y mitad entretenimiento. Hasta en los duty free de los aeropuertos centroamericanos se pueden comprar piezas de carey.

“Es una tortuga bella, hablando en términos románticos, pero en lo biológico sería una gran noticia la recuperación de esta especie porque se alimenta de las esponjas marinas que compiten con la formación de arrecifes. Es vital para la formación de los corales, que es el hábitat de muchas otras especies. Una buena noticia sobre esta tortuga es una buena noticia sobre la vida marina en toda nuestra costa”, explicó el biólogo Randall Arauz, de la fundación Programa de Restauración de Tortugas Marinas (Pretoma).

Esta asociación trabaja con la oenegé de Gaos, Iniciativa Carey del Pacífico Oriental (ICAPO) y la organización Widecaste-CostaRica, con la que trabajaba el ambientalista Jairo Mora, quien fue asesinado en 2013 en aparente venganza por su tarea en la protección de tortugas baula en el Caribe. El objetivo de estas organizaciones es sumarse a un creciente movimiento proteccionista por la ilegalización de la pesca de arrastre, frecuente en la industria pesquera. Las leyes obligan a usar dispositivos para dejar que la tortuga salga de los trasmallos y evite morir ahogada, pero esto solo a veces se cumple esto, dijo el director de Widecast en Costa Rica, Didier Chacón.

Ahora, con en el albor de la tortuga carey, los biólogos y ambientalistas intentan aliarse con las comunidades costeras. Intentan convencerles de que matar una tortuga para vender sus huevos o comerciar su concha es menos rentable (y sostenible) que mantenerle cercana a su territorio y desarrollar el turismo. Esto ya es la marca de algunas zonas de Costa Rica como Ostional (Pacífico) o Tortuguero (Caribe), donde los turistas pagan hasta 100 dólares por un tour de observación de desove.



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