El tejo negro o tejo común (Taxus baccata) es una conífera que se puede encontrar en los sistemas montañosos septentrionales de la península Ibérica. De forma característica tiene hojas lineales, que se asemejan a agujas, dispuestas en dos hileras opuestas. Cuando la semilla madura aparece rodeada casi en su totalidad por un anillo o esferoide carnoso, de color rojo traslúcido, que se conoce como arilo.
El tejo es un árbol verdaderamente singular, en el que las ramas crecen casi desde la base terminando en una hojas finas y puntiagudas, a lo que hay que añadir que su tronco se encuentra vacío. En todas las partes del árbol, excepto en los arilos de las semillas, podemos encontrar una sustancia ponzoñosa llamada taxina.
Se trata de un alcaloide capaz de provocar en nuestro organismo irritación gastrointestinal y efectos nocivos en el aparato cardiovascular. La taxina es una sustancia muy perniciosa, se estima que el líquido resultante de la cocción de 50-100 g de hojas de tejo sería suficiente para acabar con la vida de un ser humano.
Tejo común, desde el antiguo Egipto hasta Numancia
Durante siglos el tejo estuvo rodeado de un halo de misticismo y su imagen se asoció tanto a la Vida, sus hojas se colocaban a la puerta de las casas, como a la Muerte, se plantaba en cementerios. Su efecto nocivo ya era conocido en la antigüedad. Al parecer los numantinos, allá por el 133 a. de C., recurrieron al tejo para llevar a cabo un suicidio colectivo y evitar caer bajo el yugo romano.
Ahora bien, existen otros lugares europeos en los que el tejo forma parte de la tradición y no necesariamente por sus efectos letales. Así, hay una leyenda irlandesa que afirma que para casarse con una doncella era necesario que el pretendiente llevase una rama de acebo, una flor de caléndula y bayas carmesíes de tejo.
También se cuenta que el arco de Robin Hood, el héroe que capitaneó una revuelta en el bosque de Sherwood, estaba fabricado con madera de tejo. Precisamente el mismo material con el que se fabricaron algunos sarcófagos en el antiguo Egipto. Pocos animales se libran de la toxicidad del tejo lo cual representa un serio problema para germinar y, por tanto, para perpetuar sus genes, por eso estos árboles tienen que ser muy longevos hasta el punto de que algunos ejemplares pueden llegar a vivir mil años.
Por ejemplo, la Comunidad de Madrid cuenta, entre sus árboles singulares, con el tejo de Barondillo de Lozoya que tiene una edad comprendida entre los 1500 y 1800 años.
Un aliado frente a los tumores
Etimológicamente el nombre de estos árboles está emparentado con los tejones, un mamífero de la familia de los mustélidos que fabrican sus intrincadas madrigueras entre sus raíces.
Desde hace siglos se ha intentado compensar la mala prensa de los tejos buscando remedios terapéuticos. En la época del emperador Claudio se recomendaba el extracto de sabia de tejo como antídoto frente al mordisco de serpiente y en el Renacimiento era considerado, a bajas dosis, como antirerumático, antimalárico y antiabortivo.
A pesar de todo, fue en la década de los años ochenta cuando adquirió cierta notoriedad en el campo de la medicina cuando aparecieron algunos estudios que afirmaba que a partir de la corteza del tejo se podría obtener un fármaco (taxol) con propiedades anticancerígenas. En este momento hay más de diez tipos diferentes de cánceres que se tratan de forma efectiva con ese tipo de compuesto, que es fabricado sintéticamente sin tener que talar los tejos.
Fuente: PEDRO GARGANTILLA / ABC
Artículo de referencia: https://www.abc.es/ciencia/arbol-milenario-conecta-alla-20220930151021-nt.html