Los temporales con abundantes lluvias y nevadas del final del invierno y principios de primavera han hecho mejorar la situación de los embalses, y el deshielo de la nieve acumulada en las montañas contribuirá a llenarlos bastante más dentro de unas semanas. ¿Significa esto que pasó el peligro, que la sequía se ha acabado? ¿Pone en entredicho esta situación, o lo hacen las diversas olas de frío polar que hemos sufrido, las advertencias de los científicos sobre el imparable calentamiento del planeta? La respuesta en ambos casos es que no.
Ciertamente, las lluvias registradas durante las tres primeras semanas de marzo han aportado a los embalses 8.917 hectómetros cúbicos (hm3), haciendo crecer sus reservas hasta el 62,38% de su capacidad, con 34.979 hm3 almacenados el pasado lunes. Este porcentaje no se alcanzaba desde agosto de 2016 (hace justo un año estaban en el 58,96%). Febrero y Marzo han sido dos meses muy húmedos, en un 2% más que la media, con cifras como las de Pontevedra, donde este mes se han acumulado ya 88,8 litros por metro cuadrado. Y las lluvias que se esperan para finales de Semana Santa, así como la gran cantidad de agua acumulada en forma de nieve en las alturas todavía llenarán más los pantanos.
Así que, ciertamente, la situación ha mejorado bastante. Pero no se puede bajar la guardia: hay que analizar los datos con perspectiva. Y la misma nos revela que seguimos un 11,9% por debajo de la media de la década para estas fechas, según los datos oficiales del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente. Esta es la perspectiva que permite distinguir entre tiempo y clima, entre una situación coyuntural y una tendencia a largo plazo confirmada: el año pasado fue el más cálido y el segundo más seco en España desde 1965, y llovió un 30% menos que en el promedio de las tres últimas décadas, según el informe del 2017 de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET).
La primavera del año pasado fue seca y con precipitaciones mal repartidas, que se quedaron un 23% por debajo de la media. Octubre y noviembre fueron especialmente parcos en lluvias, con un 58% menos de lo que sería habitual para esos dos meses, con los datos de la AEMET en la mano. Después, el nuevo año hidrológico, que comienza el 30 de setiembre, ha logrado invertir la tendencia: la precipitación acumulada por temporales y borrascas hasta el 14 de marzo alcanzó los 383 litros por metro cuadrado, un 2% más del valor promedio.
Distribución desigual
Pero no ha llovido igual en todas partes. Las cifras de precipitaciones y de agua acumulada en los embalses solamente han mejorado significativamente en el norte de la península y en algunas zonas de la mitad sur. Siguen sin alcanzar los porcentajes medios extensas áreas de la vertiente mediterránea como Girona, Comunidad Valenciana, sur de Aragón, Murcia y Almería, así como en el este de León y el sur de Canarias, donde se sigue por debajo del 75% de lo habitual. Peor aún, sin alcanzar ni el 50%, están el noreste de Girona, interior de Teruel, área litoral de Valencia y Castellón y una franja entre Murcia y Almería.
Aunque estos días esté lloviendo con generosidad, no hay que olvidar que la disponibilidad de agua se ha reducido en España casi en una cuarta parte en el último cuarto de siglo, y que todos los informes sobre los efectos del cambio climático señalan a España como uno de los países que se van a ver más afectados por la sequía.
Por lo que se refiere a las olas de frío intenso de las últimas semanas, no solamente no contradicen la tendencia a un calentamiento global, sino que la confirman. Los climatólogos advierten de que los inviernos extremadamente rigurosos que experimentan en la última década muchos lugares de Europa, América del Norte y Asia están directamente relacionados con el dramático y acelerado calentamiento y deshielo del Ártico.
El pasado otoño, el Ártico sufría temperaturas hasta 20 grados superiores a lo habitual. El hielo marino está en su punto más bajo desde que los satélites lo controlan, en 1979. Y el calentamiento de las capas altas de aire situadas sobre el polo Norte modifica la circulación del mismo sobre la región, enviando oleadas de aire frío hacia el sur, es decir, hacia nosotros.