Las cigüeñas que contemplamos en la reserva del Parc Natural de los Aiguamolls de l´Empordà protagonizan cortejos inacabables en este día soleado. Ajenas a los observadores y sus prismáticos, las aves se muestran excitadas en sus nidos y bulliciosas en sus acrobáticos vuelos en pareja, tan sincronizados que parecen una exhibición aeronáutica.
El ornitólogo Jordi Sargatal nos explica que prácticamente todos los ejemplares adultos censados en los Aiguamolls pasan el invierno en este paraíso mientras que los polluelos, por el contrario, sí mantienen su gen migrador.
“Los polluelos vuelan a África y, al cabo de tres o cuatro años, vemos que regresan para criar donde nacieron; y a partir de ese momento se quedan aquí, como sus predecesores, si encuentran comida”, explica este buen conocedor de las 88 parejas que se mueven en este enclave.
Numerosos estudios y observaciones confirman que la cigüeña blanca ha dejado de hacer sus migraciones en otoño, fecha en la que antiguamente emprendía sus vuelos para invernar al sur del Sahara (Senegal, Malí, sur de Mauritania y Chad…). Ha decidido quedarse en la Península.
¿Por qué? La presencia de numerosos vertederos en la Península (donde encuentran abundante comida), las poblaciones de cangrejo rojo americano en Doñana y unos inviernos frecuentemente suaves hacen que estas aves hayan optado por no atravesar el Estrecho y reducir vuelos migratorios y gasto de energías.
Comportamiento
Es un comportamiento que están adoptando otras aves también: el águila calzada, el milano negro, la golondrina común o el avión común han empezado a adoptar el mismo patrón. Tradicionalmente, las cigüeñas (Ciconia ciconia) llegaban a la Península en febrero y ocupaban el nido del año anterior en campanarios, torreones u otros puntos elevados. Empezaba entonces su ciclo de celo y de cría, y regresaban a sus cuarteles de invierno en África en el otoño.
Pero todo esto ha cambiado los últimos años. Los animales prefieren evitar este trayecto, según ponen de manifiesto los censos de aves invernantes elaborados por la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) y los marcajes con estas aves. Los datos son clarificadores.
En 1995, el censo de cigüeñas invernantes en España lo componían unos 7.000 ejemplares (de los cuales 4.000 estaban en Huelva, unos 1.300 en Badajoz y casi 500 en Madrid). En el 2004, la cifra ascendió a unos 32.000 ejemplares, y el último invierno en España se quedaron unas 65.000 cigüeñas, según las estimaciones de Juan Carlos del Moral, responsable de estos censos de SEO/BirdLife.
Los vertederos de residuos domésticos se han convertido en una fuente segura de comida. Un ejemplo: en el vertedero de Valdemingómez (Madrid) se concentraban 490 cigüeñas en 1995; la cifra se elevó a 1.530 ejemplares en el 2004, y ahora este comedero reúne a unas 10.700 aves.
Comida abundante
La comida abundante hace innecesario para estas aves emprender lejanos y arriesgados vuelos. Es un cambio aprendido, y eso explica el diferente comportamiento que muestra adultos y jóvenes: “El 80% de las cigüeñas que hemos marcado con transmisores optan por quedarse en el Península, mientras que, en sentido contrario, hemos comprobado que el 80% de las aves que fueron marcadas cuando eran polluelos en el nido hacen esa migración”, dice Juan Carlos del Moral.
El resultado es que en el primer año de vida de los polluelos predomina la orden genética que les impulsa a hacer la migración; pero a partir del segundo o tercer año se empieza a observar ejemplares que no migran. “En todo eso ha sido clave el hecho de tener comida abundante, lo que les ha permitido aguantar el invierno”, sentencia del Moral.
“Antiguamente, en Doñana se quedaban 100 cigüeñas, mientras que ahora se quedan más de 20.000”, abunda Jordi Sargatal, quien cree adivinar detrás de todo esto un simple fenómeno de selección natural.
“El gen migrador ha sido atacado. Los animales portadores de este gen han debido pasar el desierto, han estado expuestos a peligros; en las zonas de invernada, matan a las cigüeñas, que mueren para servir de alimento o por simple diversión. En cambio, los ejemplares que se quedan no sufren ese desgaste. El gen que iba a Senegal o Mali está desapareciendo y permanece el gen gandul que se queda aquí”, expone de manera expresiva Jordi Sargatal.
Fuente: LA VANGUARDIA,