El área deforestada del Amazonas entre agosto de 2018 y julio de 2019 fue un 30% mayor que en el periodo anterior y es el índice más alto desde 2008.
En la selva brasileña del Amazonas hay árboles que caminan –el pashi uba-; otros, cubiertos por tavivas, hormigas que te vuelven invisible. El açai que disfrutan en la playa de Ipanema crece en lo alto, y la castañera de Brasil, grandiosa y amenazada, tiene un tronco majestuoso.
Hay un árbol que anestesia y otro que ayuda a curar los pulmones maltrechos. El pau rosa huele a Chanel Nº 5 aunque, realidad, es el perfume con el que dormía Marilyn Monroe el que contiene su fragancia, hoy imitada en un laboratorio. Con las hojas de inaja se cortan hemorragias, y de la serengeira se extrae el caucho.
La mayor selva tropical del mundo, el hogar de tres millones de especies que proporciona el 20% del oxígeno al planeta, está hoy más amenazada que hace una década. Así se desprende de los últimos datos oficiales, divulgados recientemente por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE, en sus siglas en portugués) a través de su red de satélites Prodes.
Entre agosto de 2018 y julio de 2019 ha sido deforestada un área de 9.762 kilómetros cuadrados, similar a 1,4 millones de campos de fútbol, lo que supone un aumento del 29,5% respecto al periodo anterior y el índice más alto desde 2008.
Alarma en el Amazonas
Los números han confirmado las alarmas desatadas en verano, cuando los incendios de la Amazonía acapararon la atención y desataron las críticas de la comunidad internacional. Aunque hubo que desplegar al Ejército para contenerlos, la respuesta oficial incluyó desde la pasividad inicial por achacarlo a la estación seca hasta insinuaciones de que las ONG podrían haberlos iniciado.
Sin embargo, los científicos y organizaciones como Greenpeace sostienen que el aumento de la deforestación coincide con la llegada al Gobierno del presidente Jair Bolsonaro, quien niega la existencia del cambio climático antropogénico y escogió a un ministro de Exteriores para quien el calentamiento global es un «invento marxista».
«No se va a acabar ni con la deforestación, ni con los incendios. Son culturales», respondió el mandatario brasileño tras conocerse el aumento de la deforestación.
«El cambio de tendencia desde enero coincide de forma consistente con la Administración del presidente Jair Bolsonaro, bajo la cual la deforestación ha explotado», explica a El Mundo el científico estadounidense Philip Fearnside, investigador del Instituto Nacional de Pesquisas da Amazônia (INPA), con sede en Manaos, donde reside desde hace cuatro décadas.
Así, el «cambio de discurso», y «acciones concretas, como el desmantelamiento de agencias medioambientales, reducción de multas» explicarían el aumento de los incendios y la deforestación del Amazonas.
«Ese mensaje de que está bien violar las leyes medioambientales ha sido transmitido muy claramente a la gente», advierte este científico que, como Greenpeace, alerta de que lo peor está por llegar pues los datos de deforestación no han hecho sino aumentar.
Usos del suelo
Para el actual Gobierno brasileño la deforestación podrá ser un fenómeno cultural pero investigadores como Fearnside señalan otras causas más prosaicas para que «una gran parte de la Amazonía esté siendo borrada del mapa«.
Así, entre ellas se encontraría la tala de árboles para la explotación comercial (legal e ilegal), la cría de ganado, la construcción de carreteras y sus consecuencias, pues «ponen en marcha procesos sociales que escapan del control del gobierno… éste hace las carreteras que permite a miles de personas expandirse por la selva», nos explica.
Y es que al facilitar los accesos «aumenta la rentabilidad de la agricultura y ganadería, así como el valor de las tierras con la consecuente deforestación especulativa«. Además, hay que añadir los monocultivos como la soja -segunda exportación de Brasil después de la carne- y ahora la caña de azúcar.
A comienzos de mes, el presidente Bolsonaro firmó un decreto administrativo que abolía la zonificación ambiental de la caña de azúcar, que hasta ese momento impedía el avance de este cultivo, utilizado en gran medida para producir etanol, en la selva amazónica y los humedales del Pantanal.
Ello, explica Fearnside, generará un impacto sin precedentes, con más deforestación y emisiones de carbono que se añadirán al cambio climático. Asimismo, la semana pasada, el presidente anunció que podría liberar la exportación de árboles nativos del Amazonas -como los que curan, los que andan, los que vuelven invisibles…- hoy día prohibido por ley.
Consecuencias
Las consecuencias son nefastas para el planeta, pero especialmente para Brasil. «Perder la selva incluye perder biodiversidad, contribuye al calentamiento global, y tiene un gran impacto en el reciclaje de agua», prosigue Fearnside.
«La Amazonía pone de nuevo el agua en la atmósfera lo cual es vital para asegurar las lluvias, no sólo en la selva, sino en grandes ciudades como Sao Paulo, cuyos suministros de agua ya están al límite». Y ese impacto se extiende desde Argentina hasta el Medio Oeste estadounidense.
De hecho, alerta este científico, galardonado con el Nobel de la Paz como miembro del Grupo Intergubernamental del Cambio Climático, como «gran parte de la Amazonía se ha visto afectada por la tala de árboles, eso la hace más vulnerable por lo que con el cambio climático se esperan más fuegos».
Los incendios ocurridos a raíz de el Niño Godzilla, en 2015, fueron una llamada de atención de lo que podría ocurrir en la Amazonía. «Ha habido más daño este año que entonces», sentencia.
Fuente: MARÍA FLUXÁ / EL MUNDO,
Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2019/12/09/5ded2aeffdddffdc998b465e.html,