La ciencia experimental basa uno de sus pilares en las evidencias. Dichas evidencias pueden servir para detectar civilizaciones extraterrestres. Algunas de estas evidencias son fáciles de obtener e incluso podemos ser testigos de primera fila de las mismas. En otras ocasiones esto no es posible.
Tal es caso del mundo microscópico (biología celular, física atómica y molecular, cuántica, etc.) y del macroscópico (estrellas, galaxias, cuásares, agujeros negros, por ejemplo). En estos escenarios ya no podemos «ver» directamente con nuestros propios ojos.
Ciertamente, podemos recurrir a instrumentos que adapten nuevamente la luz a nuestras retinas (con microscopios y telescopios principalmente). Sin embargo, seguimos sin poder «ver», por ejemplo, las moléculas de colesterol en una analítica de sangre. Tampoco podemos observar los posibles océanos en planetas distantes de nuestra propia galaxia.
Marcadores
La única herramienta con la que cuenta la ciencia en estos casos es el uso de los llamados «marcadores». Un marcador es un testigo indirecto pero inequívoco de la presencia de algo o del acontecimiento de un hecho. Por ejemplo, la presencia de GHC en la orina es un marcador para el embarazo, a pesar de que esta hormona es demasiado pequeña para ser vista directamente.
En el terreno biomédico estaríamos hablando de un «biomarcador». En astrofísica, el espectro de luz de una estrella puede usarse como marcador para conocer la composición de la atmósfera de un exoplaneta que orbite en torno a la primera.
Lógicamente, tenemos las mismas (nulas) opciones de admirar ese distante mundo por nosotros mismos (ni siquiera con el más potente de los telescopios). La propia detección de exoplanetas también hace uso de la firma dejada por la evolución de luz de una estrella con el tiempo.
Los conocidos «métodos de los tránsitos» y de la «velocidad radial» son por tanto, «astromarcadores» de la presencia de nuevos mundos. La disciplina SETI (Search for extraterrestrial intelligence) también define sus propios marcadores: los tecnomarcadores. Estos son «chivatos» de la existencia de cilivizaciones alienígenas.
Línea de los 21 centímetros del hidrógeno
La línea de los 21 centímetros del hidrógeno es quizás la más conocida (usada, por ejemplo, en la fantástica novela de Carl Sagan «Contact»).
Otro propuesto en 2015 por Jason T. Wright (del instituto Nexus for Exoplanet System Science perteneciente a la NASA), está relacionado con el patrón de luz que observaríamos si megaestructuras artificiales (tales como esferas de Dyson) eclipsasen su propia estrella.
Y el tecnomarcador más reciente de todos es el presentado por el Dr. Socas (del Instituto de Astrofísica de Canarias) en su artículo científico «Possible Photometric Signatures of Moderately Advanced Civilizations: The Clarke Exobelt”.
Según Socas, sería posible apreciar variaciones medibles en la curva de luz de una estrella, al ser transitada por un exoplaneta que estuviese rodeado por un séquito de satélites artificiales. Este conjunto de dispositivos geoestacionarios es lo que se conoce como «cinturón de Clarke» (definido por el gran divulgador y escritor Británico).
Además, otro punto a favor de este tecnomarcador es que implica un «mantenimiento activo» por parte del planeta huésped del cinturón.
De lo contrario, los satélites artificiales acabarían cayendo sobre el planeta o colisionando entre ellos, como ya ha acontecido en nuestro caso. La Tierra cuenta ya con su propio (y creciente) cinturón de Clarke. Quién sabe si alguna cilivización extraterrestre nos está ya «marcando» como «planeta candidato a albergar vida inteligente».
Fuente: Muy Interesante,