La pirita puede considerarse uno de los pilares sobre los que se ha construido nuestra cultura. Y es que, con la llegada de la noche, nuestros antepasados se reunían en torno al fuego y allí, en la intimidad, contaban historias y mitos fundacionales. A la luz y al calor del fuego se intercambiaban información y creaban lazos emocionales. De alguna forma aquellas fogatas fueron la semilla de las capacidades colaborativas y del desarrollo cognitivo, en definitiva, de eso que llamamos cultura.
Para hacer el fuego era necesario percutir una piedra ferrosa contra otra de sílex y utilizar como combustible un hongo yesquero. Y es que el impacto de un sílex sobre pirita o marcasita -minerales ricos en hierro- era suficiente para desencadenar una reacción de oxidación del azufre y el hierro, las partículas incandescentes que acabarían actuando sobre las raspaduras de yesca (Fomes formentarius), dando origen a la brasa.
La pirita y el fuego
La pirita (del griego ‘pyros’, fuego) es uno de los minerales más abundantes de la corteza terrestre. En su composición participan el hierro (46,4%) y el azufre (53,6%) que cristalizan de forma cúbica.
Su color oscila entre el grisáceo y el amarillo latón, destacando este mineral especialmente por un brillo metálico intenso. Fue precisamente este brillo el que provocó que algunas personas confundiesen a la pirita con oro, por el que en la antigüedad también era conocida como el ‘oro de los tontos’.
La presión del sílex sobre la pirita rompe el bisulfuro de hierro, produciendo óxido de hierro, dióxido de azufre -el responsable del olor- y energía (calor y chispas). La mascarita es otro mineral que en su composición también encontramos bisulfuro de hierro pero que, a diferencia de la pirita, genera cristales ortorrómbicos. Es más abundante que la pirita y se oxida con mayor rapidez.
El sílex -también llamado pedernal- es muy compacto, de color variable, si bien predominan los tonos marronáceos, cuyo componente principal es el cuarzo. Durante la Edad de Piedra fue un elemento imprescindible para la elaboración de herramientas cortantes y para producir chispas tras golpearlo con otras rocas duras o con metales.
El arte rupestre
Volviendo a las hogueras y a las historias que se contaban en torno a ellas. A la mañana siguiente las mujeres -las primeras artistas de la historia- utilizarían los rescoldos del fuego, es decir, la pirita o la mascarita oxidada, para conseguir tonalidades ocres con las que poder decorar las paredes de sus cuevas.
Y es que el óxido de hierro, para los rojos y amarillos, y el óxido de manganeso y carbón, para los negros, formaban una parte muy importante de la paleta prehistórica. De esta forma la pirita se convirtió en elemento omnipresente del arte rupestre y, con él, de los ambientes prehistóricos.
El primer ‘encendedor’ de la Historia
Hace unos años Andrew Sorensen, un arqueólogo de la Universidad de Leiden, demostró con la ayuda de un microscopio que los neandertales eran capaces de hacer fuego golpeando pirita con sílex.
Para llegar a esta conclusión observó el desgaste de las hachas de mano realizadas en sílex -bifaces- de varios yacimientos franceses del paleolítico medio. De esta forma estas hachas -las navajas de los neandertales- pueden ser consideradas los primeros ‘encendedores’ de la historia, con una antigüedad de entre 45.000 y 50.000 años.
Al igual que la huella de Neil Armstrong sobre el polvo blanco de la superficie selenita supuso un gran salto para la humanidad, las cenizas de pirita a la entrada de las cuevas prehistóricas fueron los primeros latidos de nuestra cultura.
Fuente: Pedro Gargantilla / ABC
Artículo de referencia: https://www.abc.es/ciencia/abci-pirita-piedra-angular-cultura-202204250239_noticia.html