El trabajo, liderado por el CSIC, se basa en la observación de la supernova 2014J, a 11,4 millones de años luz de la Tierra 

La muerte explosiva de una enana blanca (una de las etapas más avanzadas de estrella)  cuando, alimentada por otra estrella compañera, alcanza la masa crítica de 1,4 veces  nuestro Sol es lo que se conoce tradicionalmente como supernova tipo Ia. Ahora, un  estudio liderado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC),  concluye  que el escenario más plausible para este fenómeno es el de un sistema binario en el  que la estrella compañera también es una enana blanca. Estos resultados, publicados  en  la  revista  The  Astrophysical  Journal  y  obtenidos  mediante  la  observación  de  la  supernova  2014J,  ponen  en  entredicho  los  conceptos  tradicionales  sobre  estos  escenarios, ya que implican que la explosión podría producirse a masas distintas de la  masa crítica. Esto obligaría a replantear el uso de las supernovas tipo Ia como unidades  de medida cósmicas.    

 “Las supernovas de tipo Ia juegan un papel fundamental en la química de las galaxias y  del universo, ya que al explotar eyectan todo tipo de metales al exterior, incluyendo  muchos que no se forman en estrellas normales. Son consideradas candelas estándar  dado que su constitución es muy homogénea y prácticamente todas ellas alcanzan la  misma luminosidad en el máximo de luz. Sin embargo, la pregunta básica sobre qué  sistemas estelares dan lugar a una supernova de tipo Ia todavía no está claro”, explica  el  investigador  del  CSIC  Miguel  Ángel  Perez  Torres,  del  Instituto  de  Astrofísica  de  Andalucía. 

Supernova 2014J 

Los resultados del estudio derivan de la observación este mismo año de la supernova  2014J, situada a 11,4 millones de años luz de la Tierra, mediante la red europea de  radiotelescopios.  

“Se trata de un fenómeno que se produce con muy poca frecuencia en el universo local. 2014J es la supernova tipo Ia más cercana a nosotros desde 1986,  cuando los telescopios a todas las longitudes de onda eran mucho menos sensibles, y  puede que la única que podamos observar a una distancia tan cercana a nosotros en los próximos  150 años”, añade el investigador del CSIC. 



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