Los genes de una abeja se ‘encienden’ o se ‘apagan’ en función de la alimentación que reciben las larvas. La polinización consiste en la transferencia del polen desde las partes masculinas de una planta a las femeninas. Aproximadamente el 90% de las plantas con flores reciben la ayuda de algún de animal polinizador, entre los cuales tenemos desde mamíferos, como monos o murciélagos, hasta aves o reptiles. De todas formas, el principal grupo de polinizadores son las abejas.
Cuando pensamos en abejas lo más habitual es que lo hagamos en las melíferas, es decir, en aquellas que viven en una colmena en la cual existe una reina, obreras y zánganos. La simpática protagonista de la serie infantil ‘La abeja Maya’ era una abeja obrera de la especie Apis mellifera.
La determinación del sexo de los individuos de la colonia depende del número de cromosomas que tengan. Los huevos que no son fecundados, es decir, en los que no se mezcla el ovocito y el espermatocito, tienen una única copia genética (haploides) y dan origen a individuos masculinos (zánganos).
Jalea real de la abeja reina
Los machos de una colmena, por tanto, son fruto de la partenogénesis, una forma de reproducción asexual en la que los gametos femeninos se desarrollan por sí solos, sin necesidad de ser fecundados por los gametos masculinos.
Sin embargo, aquellos individuos que proceden de huevos fecundados (diploides) dan lugar a abejas de casta femenina, que pueden ser obreras o reina. Estas abejas son genotípicamente iguales y fenotípicamente diferentes, en roman paladino, a pesar de que sus genes son iguales su aspecto es diferente.
Lo que va determinar la diferenciación de las hembras es algo tan ‘sencillo’ como la alimentación. Si las larvas se alimentan con jalea real su desarrollo se orientará al de una reina, con todo el aparato reproductor desarrollado, pero si la larva se alimenta con miel y polen se transformará en obrera.
La jalea real se segrega por unas glándulas que se sitúan en la cabeza de las obreras jóvenes –de una edad comprendida entre 5 y 15 días– y consiste en una sustancia blanquecina de textura gelatinosa, cálida y ácida que tiene la capacidad de modificar el ADN de las abejas que se alimentan a partir de ella.
Larga vida a la reina
La muerte de la abeja reina o la creación de un nuevo enjambre –agrupación de abejas, generalmente en movimiento- son las dos situaciones que pueden generar la necesidad de una nueva reina.
Las obreras serán las encargadas de seleccionar entre tres y cinco larvas, que colocarán en las celdas reales, las cuales tiene un tamaño mayor que el resto. Allí las nodrizas cuidarán con esmero a las elegidas hasta que tenga lugar el nacimiento, momento en el que se desencadenará una lucha de la que saldrá tan solo una, la más fuerte. Es importante que la superviviente sea la que mejor genes tenga, ya que será ella quien transmita su material genético a las larvas durante los próximos años.
La reina se diferencia de las obreras porque tiene un mayor tamaño –un abdomen protuberante-, una mayor longevidad –sobrevivirá entre 3 y 5 años, a diferencia de las obreras, que suelen vivir un máximo de cinco semanas-, tonalidades distintas y un aguijón anatómicamente distinto.
Para que nos hagamos una idea de la longevidad de la reina, si la trasladáramos las cifras a la escala de los seres humanos sería como si una persona que se alimente con jalea real pudiera vivir 3.200 años, en comparación con los ochenta del resto de los mortales.
Fuente: PEDRO GARGANTILLA / ABC
Artículo de referencia: https://www.abc.es/ciencia/abeja-convierte-reina-20220916143916-nt.html