La Luna es la fascinante compañera de la Tierra desde hace unos 4.500 millones de años, cuando se originó fruto de una violentísima colisión entre nuestro joven planeta y un cuerpo del tamaño de Marte bautizado como Theia. Tras el impacto, nuestro satélite quedó a solo 20.000 kilómetros de distancia de nosotros, casi veinte veces más cerca que ahora. Su tamaño aparente era colosal y el día terrestre solo duraba cinco horas.
Pero también desde entonces no ha parado de alejarse de nosotros. El motivo es que el progresivo rozamiento de la superficie terrestre con los océanos hace que rotemos más despacio. Y como la Tierra y la Luna están enganchadas gravitacionalmente, a medida que la primera se ralentiza, la segunda se acelera. ¿Resultado? La aceleración la empuja hacia afuera y se aleja cada vez más, a razón de 3,8 cm por año, al tiempo que los días se hacen cada vez más largos. No nos damos cuenta, pero ocurre. Podemos medir esas distancias con una precisión milimétrica gracias a los reflectores dejados en la superficie lunar por diferentes misiones (Apolo 11, 14 y 15, y las naves rusas sin tripulación Lunokhod 1 y 2). Ahora bien, ¿qué consecuencias tiene para la Tierra la separación de su único satélite?
Los días durarán más
De las cinco horas que duraban los días cuando la Luna estaba muy cerca de la Tierra, hemos pasado a 24. Y seguirán alargándose hasta que duren un mes, varios y más, hasta ser eternos y una cara de la Tierra sea siempre de día y otra esté en tinieblas.
No habrá mareas
Las mareas son esas oscilaciones cíclicas de las grandes masas de agua ligadas a la rotación de la Tierra con una frecuencia aproximada de medio día. Pero hace millones de años no eran como hoy las conocemos. Eran gigantescas, mil veces superiores a las que tenemos hoy. En vez de retirarse en las mareas bajas o adentrarse en tierra en las altas algunos metros, las aguas retrocedían o avanzaban kilómetros, como si fueran auténticos tsunamis. Cuando la Luna se aleje, ejercerá una menor fuerza de gravedad y las mareas desaparecerán. Los océanos serán algo así como sopas gigantescas y se producirán grandes cambios en el clima.
El eje terrestre oscilará
La Luna mantiene el eje de la Tierra estable, con una inclinación de 23º que permite que existan las estaciones tal y como las conocemos. Cuando esté más lejos, el eje terrestre se desestabilizará, oscilará 90º, provocando el intercambio de lugar entre los polos y el ecuador y, en consecuencia, unos cambios climáticos que podrían ser brutales, con veranos infernales en los que se superarían los 100ºC y unos inviernos heladores con temperaturas por debajo de los -80ºC.
La vida, en peligro
Los científicos creen que la Luna resulta fundamental para mantener la vida en la Tierra, ya que interfiere en los ritmos vitales de muchas especies. Cuando esté más lejos, la vida deberá adaptarse a los nuevos patrones de luz, temperaturas y corrientes marinas… o sucumbirá. Si el eje de rotación terrestre cambia drásticamente, probablemente los dos hemisferios, norte y sur, no podrán albergarla, dejando el ecuador como único reducto habitable. Muchas especies de plantas y animales no podrán soportar las nuevas condiciones y se producirán extinciones masivas.