La concentración de este gas, principal agente del calentamiento global, no ha dejado de subir desde los inicios de la Revolución Industrial.
Ahora, una serie de experimentos ha demostrado que los niveles de CO2 esperados para finales de siglo reducirán la cantidad de proteínas, vitaminas y determinados minerales esenciales en cada grano. Y hay 2.000 millones de personas que tienen al arroz como la base de su dieta. Para muchos, incluso, es su única dieta.
Entre los fenómenos relacionados con el cambio climático en curso están el alargamiento de los periodos de sequía, la desestabilización del inicio y duración de las estaciones y la reiteración de otros eventos extremos como lluvias torrenciales u olas de calor más intensas.
Todo esto tendrá su impacto en los cultivos. Para 2050, el rendimiento de los cultivos podría descender en hasta un 25%. Pero hay otro impacto menos estudiado y que afecta más a la calidad que a la cantidad de los cereales.
Arroz
En el caso del arroz, que aporta el 25% de las calorías globales que alimentan a los humanos, un grupo de investigadores de EE UU, Japón y China ha investigado el efecto del cambio climático en este cereal.
Pero en vez de modelar su respuesta a las temperaturas que habrá a finales de siglo, han realizado una veintena de experimentos de campo en dos regiones arroceras de China y Japón. Con una estructura sobre los cultivos, cebaron durante varias cosechas seguidas la atmósfera local con el CO2 suficiente para lograr la concentración que se estima habrá en 2100.
El resultado de sus pruebas, realizadas con 18 de las principales variedades de arroz, muestra que todas sin excepción pierden una media del 10% de proteínas por grano, con algunos cultivares rozando el 20% de pérdida.
Estudio
El estudio, publicado en Science Advances, muestra también que con una concentración de CO2 por encima de las 550 partes por millón (ppm), la presencia de minerales como el hierro y el zinc baja hasta en un 23% en el caso del primero y un 15% en el del segundo.
En cuanto a las vitaminas, se produce un doble efecto, mientras bajan casi todas las del grupo B hasta en un 30% (es el caso del ácido fólico), los granos de arroz dopados resultan enriquecidos en vitamina E.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha proyectado un abanico de concentraciones de CO2 en la atmósfera para 2100.
La más optimista, que implicaría reducir las nuevas emisiones de forma drástica desde 2020, eleva la concentración de este gas hasta cerca de las 600 ppm y hasta las 1.000 ppm en el peor de los escenarios.
Ambos extremos están por encima de los niveles usados para los experimentos. En la actualidad, la cifra media global ya ha superado las 400 ppm, frente a las 300 ppm que había a mediados del siglo pasado.
Cambios nutrientes
«Los cambios en la cantidad de nutrientes son potencialmente importantes en el caso de aquellos cuya dieta no tenga alternativas para estas vitaminas y minerales esenciales», escribe en un correo la directora del Centro para la Salud y el Medio Ambiente Global de la Universidad de Washington (EE UU) y coautora del estudio, Kristie Ebi. A los más perjudicados por la devaluación del arroz, se dedica la segunda parte del estudio.
Para 2.000 millones de personas, el arroz es la principal fuente de alimento. Pero esa es una fotografía fija, que no refleja una realidad que es cambiante y en la que el nivel de riqueza influye mucho.
Así, en el Japón de 1959, aún recuperándose de los efectos de la guerra, el arroz representaba el 62% de las necesidades nutricionales de los japoneses. Hoy, apenas supone el 20%. En el otro extremo, el 70% de la dieta de los habitantes de Bangladesh procede del cereal.
Los autores del estudio muestran que serán los habitantes de los países menos desarrollados del sudeste asiático y los más pobres de otros países asiáticos (unos 600 millones) los que más sufrirán la perdida de nutrientes del arroz.
Sin embargo, Ebi recuerda que ya hay algunas investigaciones que apuntan a que otros cereales tan vitales y mucho más cercanos, como el trigo, también pierden propiedades con el incremento del CO2 en la atmósfera.
Fuente: EL PAÍS,