Lo que el consorcio Vattenfall presentó el pasado día 9 como el inicio de "una nueva era de la sociedad industrial" es una "tomadura de pelo" para los ecologistas alemanes. La empresa estatal sueca puso en marcha ese día, en un pueblecito del este de Alemania llamado Schwarze Pumpe, una instalación piloto que permitiría licuar y en-terrar el dióxido de carbono que produce la quema del lignito (carbón) para producir electricidad.
La idoneidad de los depósitos donde se almacenarán los desechos aún está en fase de investigación. Un equipo dirigido por el profesor Frank Schilling, del Centro de Investigación Geológica de Potsdam, se encarga de investigar un depósito piloto en la localidad de Ketzin. Pero el equipo de Schilling ha trabajado hasta ahora con dióxido de carbono limpio, mientras que el que se transportará en camiones desde Schwarze Pumpe contiene hasta un 20 por ciento de impurezas. Los geólogos aún no saben qué reacciones producirá en el subsuelo ese material.
Un segundo problema es que esta técnica supuestamente revolucionaria, que se conoce en inglés como carbon capture and storage (CCS), reduce el rendimiento de las centrales, entre un 10 por ciento y un 40 por ciento, según Greenpeace. Por tanto, para producir al final la misma cantidad de electricidad, las centrales tendrían que quemar hasta un 20 por ciento más de lignito.
Proyecto "pequeño"
Para Thorben Becker, de la Asociación Alemana de Medio Ambiente y Protección de la Naturaleza (BUND), el de Schwarze Pumpe es un proyecto "muy, muy pequeño" que podría llegar a resultar muy caro. Vattenfall cree que en mil años sale a la superficie menos del 1 por ciento del gas enterrado. "Si esto es así, la técnica tiene sentido, pero el problema es que no lo sabemos porque está poco investigada", explica Becker a Público. Además, ni siquiera la propia Vattenfall cree que la técnica pueda generalizarse antes de 2020. Pero a pesar de ello, Vattenfall y los otros grandes consorcios energéticos alemanes, RWE y Eon, ven en la captura de CO2 la solución a todos los males y planean construir 25 nuevas centrales de carbón.
Becker cree que cuando la opinión pública se dé cuenta de las "enormes dimensiones" y los costes que conllevaría la generalización del sistema, acabará resintiéndose el apoyo que han recabado los consorcios en los últimos meses. Una prueba de ello son los mil manifestantes que BUND congregó frente a Schwarze Pumpe ante la inauguración. "Si los consorcios creyeran realmente en su idea, esperarían al menos diez años para construir más centrales", dice Becker.