Al pensar en contaminación, el coche suele ser uno de los las primeros protagonistas que vienen a la cabeza. Pero algunas asociaciones mentales no siempre se corresponden con la realidad.
Según un informe del Ayuntamiento de Madrid sobre los gases de efecto invernadero, publicado en 2015 y referido al periodo de 1999 a 2013, el sector RCI (Residencial, Comercial e Institucional) es el responsable principal de la polución urbana, porque arroja el 52,8% del total de emisiones, mientras que el transporte se coloca en segunda posición, aunque a una distancia considerable: 20,5%.
Cuando los vehículos circulan, excepto los eléctricos, emiten gases por el escape, igual que las chimeneas de los bloques de viviendas o de los centros comerciales cuando encienden la calefacción.
Pero las mejoras logradas en las últimas décadas han sido notables, en ambos sectores, y una de las claves del avance es común: el gas natural.
Para establecer comparaciones y analizar en detalle las ventajas, se han elegido dos de los contaminantes más conocidos: el dióxido de carbono (CO2) y los óxidos de nitrógeno (NOx).
El CO2 es un gas asociado al efecto invernadero y al calentamiento global. Los NOx, por su parte, se relacionan con la lluvia ácida y la boina de contaminación que cubre las ciudades.
Menos emisiones de CO2 (dióxido de carbono)
Un Seat León de gasolina (1.2 TSi de 110 CV) emite, según datos oficiales del fabricante, una media de 114 g/km de CO2 cada 100 kilómetros recorridos.
La versión diésel (1.6 TDi de 115 CV) mejora su resultado y baja a 105 g/km, mientras que la de GNC (Gas Natural Comprimido; 1.4 TGi de 110 CV) aporta un funcionamiento todavía más limpio y reduce las emisiones hasta 96 g/km.
El GLP o Gas Licuado del Petróleo (modelo de referencia Ford Focus 1.6 de 117 CV) es la opción menos buena, porque implica expulsar por el escape hasta 122 g/km de dióxido de carbono cada 100 kilómetros.
Los híbridos clásicos (gasolina y baterías) anuncian resultados oficiales superiores, de apenas 76 g/km de CO2 (Toyota Prius de 122 CV).
Aunque para lograrlo deberían funcionar la mayor parte del tiempo con electricidad, un aspecto que no siempre se cumple: incluso en ciudad, su mejor escenario, como mucho transitarán el 50% del recorrido sin emitir, tirando de las pilas.
Y, con este reparto, se estará bordeando la frontera de eficiencia del gas natural, pero quizá no superándola, porque el resto del tiempo se consumirá gasolina.
GNC: el más limpio en óxidos de nitrógeno (NOx)
El León de gasolina declara una emisión media de NOx de 25,7 mg/km cada 100 kilómetros, mientras que el diésel casi le dobla, 44,5 mg/km.
Afortunadamente, la integración de los depósitos AdBlue en la mayoría de coches de gasóleo modernos (una solución de agua y urea que descompone los NOx antes de que salgan por el escape) permite mejorar estos registros y equipararlos, prácticamente, con los de la gasolina.
El GLP también se toma su revancha con los óxidos de nitrógeno y presenta una cifra homologada de apenas 19,3 mg/km. Pero, de nuevo, el GNC supera a las demás opciones y se queda en solo 10,7 mg/km.
En este caso concreto, además, el gas natural se impone incluso a los resultados teóricos de los modelos híbridos clásicos, que, en el mejor de los supuestos, comunican un dato de 16 mg/km de NOx cada 100 kilómetros recorridos.
La contaminación no está solo formada por CO2 y NOx. También habría que considerar las partículas (PM), los hidrocarburos (HC) y el monóxido de carbono (CO), entre otros agentes nocivos.
Pero los resultados presentados con el GNC pueden extrapolarse al resto de elementos, y servir de ayuda para decidir qué tipo de carburante es más limpio.
Fuente: EL PAÍS,