La Universidad de Salamanca comprueba que los cocolitóforos se adaptan a la cantidad de dióxido de carbono disponible en un artículo que también demuestra que el descenso de CO2 enfrió el planeta
La revista Nature Communications publica hoy un artículo que relaciona los gases de efecto invernadero con el clima y con los seres vivos. Una parte esencial de esta investigación es el estudio de unas algas microscópicas llamadas cocolitóforos, fosilizadas durante millones de años en el fondo de los océanos. El espesor de las conchas de estos organismos unicelulares se redujo a la par que descendía el CO2, según han comprobado científicos de la Universidad de Salamanca que participan en el estudio, por lo que es de esperar que aumente con el actual cambio climático. Además, el enfriamiento del planeta en los últimos 15 millones de años tiene que ver, precisamente, con ese descenso en los niveles de dióxido de carbono (CO2), de acuerdo con las conclusiones del trabajo, liderado por la Universidad de Oviedo
Hasta ahora se pensaba que un aumento de este gas de efecto invernadero haría disminuir la calcificación que da lugar a las conchas de algunos seres vivos. Sin embargo, este trabajo demuestra que en el caso de los cocolitóforos no es así. José Abel Flores, investigador del Grupo de Geociencias Oceánicas de la institución académica salmantina, explica en declaraciones a DiCYT que “la química del océano es muy compleja” y que “todos los aspectos relacionados con el carbono dependen de la cantidad de CO2”.
Estas algas microscópicas utilizan el dióxido de carbono tanto para realizar la fotosíntesis como para fabricar la concha que les protege de depredadores y todo indica que, a medida que se redujo el nivel de CO2, se adaptaron a las circunstancias y, para seguir realizando la fotosíntesis, redujeron el espesor de sus conchas a la mitad en los últimos 10 millones de años.
Base de la cadena trófica
Este dato es importante porque forman parte del plancton y, por lo tanto, afectan a toda la cadena trófica. Ante el previsible aumento del CO2 en las próximas décadas, que ya se está produciendo en la actualidad, es de esperar que el espesor de las conchas de los cocolitóforos pueda volver a incrementarse, un resultado que sería positivo para esto organismos pero probablemente muy perjudicial para otros seres vivos, incluidos otros que también tienen conchas pero no se relacionan de la misma forma con el dióxido de carbono.
Los fósiles de estas algas proceden de sondeos realizados en los océanos Atlántico e Índico, un material previamente estudiado por la Universidad de Salamanca en colaboración con el centro de investigación Woods Hole, de Estados Unidos, para la Agencia Nacional de Hidrocarburos de la India. De esta forma, los científicos ya conocían la edad de cada una de las muestras y la han podido correlacionar con el resto de los datos.
Técnica patentada en Salamanca
Además, la medida del espesor de las conchas, clave en este trabajo, se ha realizado a través de una nueva técnica desarrollada por Miguel Ángel Fuertes en la Universidad de Salamanca basada en la luz, la polarización circular. Aunque ya se utilizaba en otras disciplinas, este investigador la ha adaptado al estudio de los cocolitóforos y ha creado una aplicación óptica, ya patentada, que al microscopio ofrece diferentes colores en función del contenido de carbonato cálcico que hay en una concha. Hasta ahora, las medidas de este espesor podían incurrir en errores muy altos.
Temperatura y CO2
Por otra parte, las medidas sobre la disminución de CO2 durante el periodo estudiado aclaran la relación entre los gases de efecto invernadero y el clima. Los científicos poseen evidencias de que a lo largo de los últimos 15 millones de años se ha producido un enfriamiento del planeta, una tendencia rota con el actual cambio climático, muy probablemente de origen humano. Sin embargo, no había datos suficientes sobre la evolución de CO2 para averiguar si la causa de esta alteración del clima se debía a una disminución de este gas, como así parece ser.
La investigación ha sido dirigida por Heather Stoll en la Universidad de Oviedo, financiada por la Comisión Europea a través del European Research Council (ERC). En ella ha participado también la Universidad de Marsella (Francia). La parte desarrollada por la Universidad de Salamanca se ha financiado gracias a proyectos del Ministerio de Economía y Competitividad.