Según varios mitos, el fénix es un ave fabulosa que, tras arder bajo el fuego, resurge de sus propias cenizas. Cada 500 años renace para empezar de nuevo un ciclo interminable. Es de gran tamaño, de pico y garras fuertes y con un plumaje de colores entre el amarillo y el rojo incandescente. Los primeros naturalistas, por su envergadura y fuerza, lo compararon con las águilas, pero Carl Linnaeus, por su esplendor, lo relacionó con los flamencos.
El nombre científico Phoenicopterus ruber significa “alas rojas de Fénix”, y su nombre común proviene de “flama”, es decir, llama. Si existen aves mitológicas, estas son, sin duda alguna, los fogosos flamencos.
Flamencos
No viven entre llamas, pero su hábitat es un infierno. Acercarse a las colonias de flamencos enanos en Kenia es una temeridad. Los lagos donde crían son extremadamente calientes y alcalinos, con temperaturas de hasta 60 grados centígrados y pH de 10,5. Es un caldero cáustico que mantiene a raya a los posibles enemigos.
Las patas de los flamencos enanos están cubiertas por unas duras escamas que los protegen de las corrosivas aguas, y sus pies palmeados evitan que se hundan en el barro.
Aun así, a medida que la estación seca avanza, pueden quedarse atrapados, ya que se evapora el agua y la salinidad aumenta drásticamente y es superior a la del mar. Gracias a que disponen de unas glándulas excretoras de sal junto a sus picos, puedan beber de las aguas salobres. Su método de alimentación es de lo más particular.
El pico curvo de los flamencos funciona al revés: doblan sus largos cuellos de tal manera que la mandíbula superior, de menor tamaño y móvil, es la primera en alcanzar el agua.
Una maniobra un tanto estrambótica mire como se mire. “Boca abajo”, el pico les sirve de filtro para separar la comida del líquido y el barro. Sus grandes lenguas bombean a un ritmo de entre cinco y veinte veces por minuto, absorbiendo agua turbia por la parte delantera y expulsando agua cristalina por los lados.
Al mismo tiempo, en las mandíbulas y la lengua, se encuentran unas diminutas púas y unas protuberancias eréctiles que atrapan el alimento, desde pequeños artrópodos hasta minúsculas algas según la especie de flamenco. Picos tuertos y cabizbajos, todos comen alimentos ricos en pigmentos.
Color rosáceo
Los flamencos son de color rosáceo, más o menos fuerte, desde el rosa pálido del flamenco común, hasta el color salmón del flamenco del Caribe. Básicamente la intensidad depende de la cantidad de carotenoides presente en sus dietas.
Su sistema digestivo extrae los pigmentos de los alimentos disolviéndolos eventualmente con las grasas. Poco a poco se acumulan en las plumas a medida que estas crecen. Probablemente su aspecto sonrosado sea una consecuencia fortuita e indirecta de la alimentación.
No obstante, a lo largo de la evolución, se ha visto reforzado por su importante rol social. Los machos con el rosa subido son más atractivos para las hembras.
De hecho, llegado el momento, algunos se maquillan para atraerlas untándose las alas con un peculiar aceite rico en carotenoides secretado en unas glándulas de sus colas. Finalizado el cortejo, al dejar de aparentar, pierden paulatinamente el brillo alar. El rosa es una señal de buena alimentación, de salud y de seducción.
Fuente: EL PAÍS,