La energía nuclear (un 22,6%), la eólica (un 19,2%) y las térmicas de carbón (17,4%) han ocupado los tres primeros puestos en el ranking de tecnologías para atender la demanda peninsular de electricidad en el 2017. La sequía (con embalses que están ahora al 38% de su capacidad máxima) está dando oxígeno al carbón, que vive en España un inesperada segunda vida. Las escasas precipitaciones han reducido hasta el 7,3% del total la aportación de la generación hidráulica en el sistema eléctrico.
Por ello, la demanda debió ser compensada con carbón y gas (que aportaron el 31,1%, casi un tercio de la demanda). El resultado ha sido un aumento de las emisiones de gases invernadero, en contradicción con los compromisos de España al firmar el acuerdo de París contra el cambio climático. Las renovables -cuya potencia instalada no se ha ampliado en el último año- representaron el 33,7% de la producción de electricidad (era el 40,8% en el 2016).
El mix energético del 2017 dio muestras de gran estabilidad, apuntalada por la energía nuclear y eólica. Esta última se mantuvo en los mismos niveles del 2016 (19,2%). “La eólica es oscilante a nivel local y en franjas temporales, pero en el cómputo anual la variabilidad es baja”, destaca Fernando Ferrando, presidente de la Fundación Renovables. Por el contrario, la menor productividad hidráulica ha situado este sector en la sexta posición (ha pasado del 14,6% al 7,3%).
El hueco se ha cubierto sobre todo con carbón (sube desde el 14,3% a 17,4% de la demanda) y, en menor medida, por el gas. La razón son los bajos precios del carbón importado y de los derechos de emisión de CO2 en el mercado. Dada la sobreoferta de permisos para emitir, el precio de la tonelada de CO2 no es disuasorio y no da las señales necesarias para que haya una apuesta decidida por las tecnologías más limpias.
En este escenario, la transición energética da síntomas de bloqueo. “Si se reduce la disponibilidad de agua embalsada, un recurso sobre el que no tenemos control, y la alternativa disponible son el carbón y el gas, el resultado es un mayor peso de los combustibles fósiles y más emisiones de gases”, argumenta Pedro Linares, profesor de la cátedra de Energía y Sostenibilidad de la Universidad Pontificia de Comillas.
Linares destaca las ventajas del vasto parque hidráulico, pues “si se da un año bueno, el mix eléctrico es muy limpio”. Además, este es un pilar clave para reforzar o respaldar las fuentes renovables. Sin embargo, una dependencia excesiva del agua de lluvia provoca vulnerabilidad del sistema, ya que el cambio climático puede hacer repetitivos los episodios de baja producción hidráulica.
Por ello, ante la eventualidad de que crezca y que desciendan los recursos hídricos, Linares opina que “hay que empezar a plantearse cómo reemplazar los combustibles fósiles por energías renovables, sustituyendo primero el carbón y, más tarde, el gas, algo necesario para lograr la plena descarbonización del sistema eléctrico”. La clave será determinar el ritmo de la sustitución de esas energías fósiles.