Una nueva megaurbe junto a Pekín funcionará solo con energías renovables. En Noruega no se podrá comprar un coche de gasolina o diésel a partir de 2025; China también se prepara para vetar este tipo de motores. La última central de carbón en Reino Unido echará el cierre en 2025, si no antes, porque el país se está desenganchando en un tiempo récord. Para 2050 Europa se ha comprometido a reducir entre un 80% y un 95% sus emisiones de gases de efecto invernadero, que mayoritariamente proceden de la quema de combustibles fósiles. Alrededor de 170 países tienen establecidos objetivos de implantación de renovables… Algo está ocurriendo en el mundo. Para algunos son señales de una transición. Otros hablan de revolución. E infinidad de estudios de organismos internacionales apuntan hacia el mismo lugar: hacia un cambio en la manera de producir la energía que alimenta nuestras economías.

Quemar carbón, quemar petróleo, quemar gas… Occidente ha alcanzado niveles inéditos de desarrollo a lomos de la combustión. “En solo 200 años hemos extraído de la tierra unos combustibles que son el resultado de millones de años de fosilización”, dice Antonio Soria. “Era evidente que tendría consecuencias”, añade el responsable de la Unidad de Economía de la Energía, Cambio Climático y Transporte del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea.

Esos dos siglos de la era de la combustión han desencadenado un problema global: el cambio climático, que golpea tanto a los países desarrollados (que lo son gracias al empleo de esos combustibles fósiles) como a los menos desarrollados, que no se han beneficiado de ese progreso, pero lo sufren más al tener menos recursos para hacer frente al calentamiento global.

Esa relación entre los combustibles fósiles -que al quemarse generan gases de efecto invernadero- y el cambio climático es clara para la inmensa mayoría de los científicos y Gobiernos, que al firmar el Acuerdo de París en 2015 asumieron la conexión. Y se comprometieron a reducir sus emisiones para que el aumento medio de la temperatura a final de siglo no supere los dos grados respecto a los niveles preindustriales.

Aunque son 200 años de revolución fósil, el punto de inflexión se produce en los años cincuenta del siglo pasado, tras la II Guerra Mundial, cuando se dispara el uso del petróleo para el transporte. Hasta entonces el mundo se movía mayoritariamente con carbón. Pero esa incorporación del petróleo no supuso la supresión de otras fuentes. Ambos combustibles fósiles se sumaron, como ocurrió en los setenta con el gas natural. “El petróleo y el gas no pusieron fin a la era del carbón”, señala el trabajo "El gran desacople", publicado en Anthropocene Magazine. “La historia del uso de la energía se parece a nuestros armarios; no solemos renunciar a nuestras pertenencias, las añadimos”, explica ese artículo.

El aumento del consumo de combustibles fósiles supuso el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero algo está ocurriendo justo ahora. El carbón ha reducido su participación en el mix energético mundial y el uso del petróleo se ha estancado. Paralelamente, la implantación de las nuevas energías renovables (solar y eólica), gracias en gran medida a los avances tecnológicos que han abaratado los costes, se está disparando.

Pero no nos engañemos. Si esto es una transición (o revolución), estamos solo al principio. “Se necesitan décadas para hacer el cambio”, advierte Canadell,director de Global Carbon Project. Porque la humanidad nunca ha quemado tantos combustibles fósiles como ahora. Ni nunca ha emitido tantos gases de efecto invernadero. Y las renovables apenas representan un 18% de toda la energía consumida por el hombre; gran parte de esa cuota se corresponde con la energía producida a través de las centrales hidroeléctricas y la biomasa.

Sin embargo, infinidad de estudios plantean un horizonte 100% renovable. “Durante dos décadas no sabíamos quiénes iban a ser los ganadores de la descarbonización de la economía. Se hablaba del hidrógeno, de los biocombustibles, de la solar…”, indica Cana­dell. Pero la reducción de costes en las renovables ha demostrado que “se puede producir electricidad barata”, añade.



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