En eso comienza a pensarse más seriamente ahora que el precio de la gasolina llega en Estados Unidos a los 4,50 dólares el galón, y las fuentes alternativas de energía probadas hasta ahora -carbón, etanol, energía eólica o solar terrestre- tienen o bien alto costo, o posibilidades limitadas, requieren enormes sistemas de almacenamiento o dañan el medio ambiente. La energía solar espacial, a diferencia de todas ellas, no daña el ambiente, tiene un potencial prácticamente ilimitado y puede resultar más barata que todas las fuentes renovables.
Esto no es ciencia ficción. La tecnología ya existe. Un sistema espacial para este fin requeriría construir grandes colectores de energía solar en órbita alrededor de la tierra. Esos paneles juntarían mucha más energía que las unidades terrestres, que están expuestas al clima, al bajo ángulo del sol en latitudes cercanas a los polos y, por supuesto, a la oscuridad de la noche.
Más específicamente, algunos investigadores hablan de mega satélites —estructuras gigantes posiblemente inflables de platos y antenas fotovoltaicas— que recogerían la energía en el espacio y la enviarían a la Tierra por medio de rayos de microondas que pueden penetrar en la atmósfera de manera muy eficiente. En las estaciones de recepción en la Tierra, el rayo se podría convertir en electricidad o combustibles sintéticos, que, en contraste con la energía de estaciones de energía solar terrestres, fluirían continuamente a la red sin importar la estación, clima o ubicación.
Los cálculos hechos sobre el posible costo de generar energía eléctrica con un sistema de esas características mencionan entre 8 y 10 centavos de dólar por kilowatt-hora, que es más o menos lo que los consumidores pagan hoy.
En términos de eficiencia de costos, los dos grandes obstáculos para la energía solar espacial han sido el costo de lanzar los colectores y la eficiencia de sus células solares. Afortunadamente, el reciente desarrollo de células solares más delgadas, livianas y de mucha mayor eficiencia hace pensar en que será más económico enviarlas al espacio y traer la energía.
Gran parte del progreso provino del sector privado. Empresas como Space Exploration Technologies y Orbital Sciences, trabajando junto a la iniciativa público-privada Commercial Orbital Transportation Services de la NASA, fueron desarrollando la capacidad de hacer lanzamientos, a muy bajo costo, a la International Space Station. Esa misma tecnología podría adaptarse para enviar al espacio un sistema satelital de energía solar.
Con todo, como construir el primer sistema operacional va a ser muy costoso, para ir a lo práctico un primer paso sería realizar un test usando la International Space Station como un "obrador" para alojar a los astronautas y sus equipos. Los paneles solares que ya existen en la estación podrían usarse para un proyecto de demostración, y sus brazos robóticos manipuladores podrían ensamblar la enorme antena transmisora. Si el test saliera bien – con una serie de limitaciones – serviría como "prueba de concepto" dicen los científicos.
En los últimos 15 años, los estadounidenses han invertido más de US$ 100.000 millones, directa o indirectamente, en estaciones espaciales y vuelos de apoyo. Con el ahondamiento de la crisis energética, es hora de comenzar a desarrollar un enorme retorno a esa inversión. (Y para los que se preocupan que la ciencia va a perder frente a la economía, no hay razón para que el trabajo en estación solar espacial no vaya de la mano con trabajos orientados a una misión tripulada a Marte, sistemas avanzados de propulsión u otras prioridades de la estación espacial.)
"A la población le entusiasmaría ver a sus astronautas trabajando en el espacio para satisfacer una necesidad importante aquí en la tierra", dice O. Glenn Smith jefe de experimentos de la NASA.