El secretario general de la ONU alerta sobre la «locura» desatada por el renovado impulso al gas y al petróleo mientras el mayor fondo de inversión del mundo ve en punto muerto la transición ecológica por el conflicto.
La guerra en Ucrania amenaza con dinamitar los acuerdos del clima de París y Glasgow. «Lo que está ocurriendo es una locura», ha advertido el secretario general de la ONU, António Guterres, en la cumbre de la sostenibilidad de The Economist en Londres. «Los países están tan consumidos por el suministro inmediato de gas y petróleo que están renunciando a sus compromisos para recortar el uso de combustibles fósiles. Eso equivale a la destrucción mutua asegurada».
«Las medidas a corto plazo van a crear una mayor dependencia a largo plazo de los combustibles fósiles», advirtió Guterres. «Si seguimos así, podemos decir adiós al aumento máximo de temperatura de 1,5 grados [a finales de siglo]. Incluso los dos grados quedarían fuera de nuestro alcance y sería una catástrofe». La alerta coincide con la advertencia lanzada el pasado jueves por BlackRock, el mayor fondo de inversión del mundo, que ve en punto muerto la transición ecológica por la guerra en Ucrania.
Con la tendencia actual, de acuerdo con las proyecciones de la ONU, las emisiones de CO2 aumentarían este año un 14% y fijarían un nuevo récord histórico después del alcanzado ya en el 2021, con un aumento del 6% con respecto al 2020 y una vuelta acelerada a los niveles anteriores a la pandemia.
Reducción del consumo del gas ruso
Los objetivos de reducción de emisiones para el 2030 -el 55% para la Unión Europea y el 68% en el Reino Unido- saltarían claramente por los aires ante la nueva «economía de guerra». El plan para la reducción del consumo del gas ruso (el 40% en la UE y hasta el 60% en Alemania) ha desatado como contrapunto una fiebre de acuerdos con países como Qatar o Arabia Saudí para asegurar el suministro de combustibles fósiles.
En Riad estuvo precisamente la semana pasada Boris Johnson, negociando un aumento de las importaciones del Reino Unido. El premier celebró la semana pasada un cónclave con la industria del gas y del petróleo para relanzar las prospecciones en el Mar del Norte (Shell ha anunciado ya su intención de replantear sus inversiones en el campo petrolífero de Cambo, suspendidas en diciembre).
El ala dura del Partido Conservador está entre tanto presionando para suspender la moratoria del fracking (implantada en el 2109) y permitir las explotaciones de gas de esquisto en la campiña inglesa. Johnson se enfrenta también a las peticiones en su propio partido para dejar suspenso el objetivo de emisiones cero para el año 2050, suscrito por más de 130 países en la recta final de la COP26 de Glasgow. Los impulsores del Brexit están incluso calentando motores para pedir la convocatoria de un nuevo referéndum sore el objetivo net zero.
La «alerta» lanzada la semana pasada por António Guterres en Londres incluye también el renovado impulso al carbón, pese al acuerdo final de la COP26 -suavizado por China e India- a favor de la «reducción progresiva» de la fuente energética más contaminante y que más contribuye a las emisiones de CO2.
Carbón
«El carbón debería ser prohibido en los países ricos en el 2030 y en el 2040 en el resto de mundo, incluida China», declaró el secretario general de la ONU. «El carbón es una inversión estúpida que va a llevar a miles de millones invertidos en activos tóxicos».
China ha incrementado, sin embargo, la producción de carbón en los últimos meses, y se estima que India ha destinado 17.000 millones de euros al relanzamiento de su propia industria durante la pandemia. El Reino Unido planea entretanto abrir su primera central de carbón en décadas en Cumbria y se ha visto obligado a reactivar la producción de sus centrales térmicas en plena crisis energética.
El Gobierno británico sigue por otra parte embarcado en el impulso de la eólica marina y ha propuesto suavizar las restricciones para los parques eólicos en tierra. Pero la supuesta «recuperación verde» no ha terminado de cuajar, y se estima que tan solo el 10% del paquete de estímulo económico del Covid ha ido destinado a proyectos que pueden reducir la emisiones de CO2.
En el conjunto de los países del G20, tan solo el 6% de los programas de recuperación económica han sido realmente «verdes», según un estudio dirigido Jonas Nahm, profesor de la Universidad Johns Hopkins y publicado por la revista Nature. Comparativamente, la Unión Europea sale bastante mejor parada, con un 30% de sus fondos encajando en el concepto de «recuperación verde», aunque aún lejos del impulso necesario.
«Oportunidad colectiva»
«El gasto público dirigido hacia la recuperación económica podría haber aumentado de una manera significativa las oportunidades para quedarnos dentro del aumento de 1,5 grados de las temperaturas», advierte Jonas Nahm. «Hemos perdido esa oportunidad coletiva y los Gobiernos no han acabado de entender que el crecimiento económico, la prosperidad y la reducción de emisiones son, de hecho, complementarios».
Las llamadas a una aceleración de la transición ecológica – aprovechando el «corte» del suministro de gas y pretróleo de Rusia- están cayendo también en saco roto. El sexto informe del Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC), advirtiendo sobre la intensidad creciente de los incendios, las inundaciones, las sequías y otros fenómenos de clima extremo, ha quedado prácticamente machacado bajo el fragor de la guerra.
Desde Ucrania, la científica Svitlana Krakovska, que participó en la redacción de ese informe, hace un llamamiento desde las páginas de The Guardian: «Los paralelismos entre el cambio climático y esta guerra están claros: los dos tienen sus raíces en la amenaza para la humanidad que suponen los combustibles fósiles. Quemar petróleo, gas y carbón están provocando un aumento de las temperaturas en todo el planeta. Y Rusia vende esos recursos para tener dinero y fabricar armas. Estamos ante una guerra de combustibles fósiles, y si seguimos así destruiremos nuestra civilización».
Fuente: CARLOS FRESNEDA / EL MUNDO
Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/medio-ambiente/2022/03/25/6239ff1d21efa00e768b45ba.html