La organización internacional de conservación marina alerta de que los lugares autorizados para la exploración se encuentran frente a zonas protegidas y junto a algunas de las áreas de mayor valor ecológico de Canarias, que sufrirían graves daños por el aumento de tráfico marítimo y la llegada de posibles vertidos. A ello habría que añadir las consecuencias que inevitablemente se producirán en la misma zona de las exploraciones.
“Los gobiernos autonómicos de Baleares y la Comunidad Valenciana se han opuesto a las prospecciones en su costa y Oceana espera que las Islas Canarias hagan lo mismo”, señala Ricardo Aguilar, Director de Investigación de Oceana Europa. “Lanzarote y Fuerteventura ya sufren una contaminación crónica por el tráfico de petroleros y los derrames derivados de las prospecciones podrían causar perjuicios irreversibles a su litoral”.
A lo largo de la costa oriental de Lanzarote y Fuerteventura se suceden enclaves de un gran valor ecológico, como la Reserva Marina de la Isla Graciosa – Archipiélago Chinijo (la segunda mayor área marina protegida de España, tras la asturiana de El Cachucho), Cagafrecho, la Isla de Lobos y el estrecho de la Bocayna. Además, al sur de Fuerteventura se halla una de las zonas de más interés del mundo para los zifios, unos cetáceos que se alimentan a profundidades superiores a los 600 metros.
Los permisos de investigación afectan a un área de 616.060 hectáreas, lo que equivale a casi 2,5 veces la superficie emergida de las dos islas. Las zonas abiertas a la exploración de compañías petroleras se encuentran a grandes profundidades que aún no han podido ser investigadas por los científicos. En ellas, es previsible que se encuentren corales blancos y negros o esponjas de profundidad, especies que forman hábitats donde se alimentan y viven muchos otros organismos.
“Los ecosistemas de gran profundidad son enormemente vulnerables por su lento crecimiento”, explica Ricardo Aguilar. “En las zonas que albergan hidrocarburos suelen asentarse arrecifes de coral, que crecen favorecidos por los escapes de gas y en algunos casos llegan a alcanzar 8.000 años de edad. Es una inconsciencia destruir estos hábitats en unos pocos años para favorecer la extracción de un recurso energético finito y altamente contaminante”.