El concepto de pobreza energética surge en Inglaterra en los setenta, en una época donde las viviendas con un nivel de renta proporcionalmente menor al actual tenían que pagar unos costes en energía mayores, debido tanto a la crisis del petróleo como la baja eficiencia de los hogares. Entre finales de los años setenta y la década de los ochenta varios autores propusieron varías definiciones, pero no fue hasta 1991 que Brenda Boardman teorizó la definición que ha sido más aceptada de forma mayoritaria.
La definición original es: “la incapacidad de una vivienda para lograr una temperatura adecuada debido a la ineficiencia energética del hogar”. El método para determinar esta situación era, en primer lugar, ser pobre, y en segundo lugar tener un gasto energético superior al doble de la media del porcentaje gastado por las viviendas de la zona. En el caso de Inglaterra la media del coste de la energía por una vivienda era un 5% del sueldo en aquel momento, de modo que el doble era un 10% y esta fue la línea roja que marcó Brenda Boardman.
Estas teorías se publicaron en 1991, pero aun así la pobreza energética no tuvo lugar dentro de la legislación hasta el año 2000, con la aprobación de Warm Homes and Energy Conservation Act. Esta normativa exigía al gobierno de Inglaterra crear una estrategia a nivel estatal para afrontar el problema. Esto se materializó con la presentación del primer plan contra la pobreza energética, en 2001. Así pues, podemos concluir que la pobreza energética hace referencia al fenómeno que tiene lugar en los hogares que o no pueden pagar la energía suficiente para tener un mínimo de confort o se ven obligados a gastar una parte desproporcionada de sus ingresos para conseguirlo. Es un fenómeno multicausal del que son culpables bajos ingresos económicos, baja eficiencia energética en la vivienda y un precio de la energía alto.
Para definir este concepto, es necesario tener claro que ser pobre no es sinónimo a tener una renta baja, sino que intervienen otras variables como la garantía del derecho a la vivienda, el nivel de privaciones materiales, etc. El medidor de pobreza energética sobre el gasto de más de un 10% del salario en energía (que parece que se está aceptando de forma genérica) es un mal indicador.
En primer lugar, porque originariamente el medidor no era el 10% como tal, sino que era el doble de media del consumo de la zona (que en aquel caso en Inglaterra era un 5%). En segundo lugar, porque no tiene en cuenta un porcentaje muy alto de los pobres energéticos que están en una situación de infraconsumo. Debido a sus bajos ingresos no consumen un porcentaje alto de su sueldo en energía porque prefieren pasar frío a otras privaciones básicas, como puede ser la comida. En tercer lugar, tampoco tiene en cuenta los casos en que están en una situación de pobreza energética y están conectados a la red eléctrica y de gas de formas no reguladas para no pagar el suministro, puesto que son pobres energéticos a pesar de no pagar costes de energía de forma provisional.
Así pues, en todo caso, tendría que hacerse una simulación termodinámica de la vivienda para saber cuál es el consumo mínimo para tener una situación de confort básica, mirar cuál es el precio a pagar por esta energía y compararlo con los ingresos de las personas que habitan el inmueble. En caso de que el hogar fuera considerado pobre y el consumo necesario para obtener un confort básico fuera el doble que el de la media del entorno, si que podríamos hablar de pobre energético.
Este medidor también tiene el problema de que el concepto “entorno” es muy genérico y no es lo mismo tener en cuenta la media del porcentaje del sueldo gastado en energía en el barrio, ciudad, comarca, país, etc. Si se hace a escala de barrio, por ejemplo, y fuera un barrio pobre, habría personas que no consumirían el doble del porcentaje del sueldo en energía de la media de su barrio pero que sí que consumirían el doble del porcentaje del sueldo en energía de la media de su ciudad o comarca.