En las últimas décadas los Espacios Naturales Protegidos han sido una estrategia de conservación de la biodiversidad clave en España. Sin embargo, como revela el estudio publicado por investigadores del Laboratorio de Socio-ecosistemas del Departamento de Ecología de la UAM, esta estrategia ha fomentado a su vez la transformación de los territorios aledaños en urbanizaciones, infraestructuras y campos de cultivos manejados intensivamente.
Según el estudio, el modelo de Áreas Protegidas supone en último término una pérdida de los servicios de los ecosistemas, es decir, de las contribuciones de las Áreas Protegidas al bienestar humano, bien sean de abastecimiento (alimento o agua potable), de regulación (polinización, fertilidad del suelo o control de riadas), y culturales (turismo de naturaleza, educación ambiental o la propia satisfacción que tiene una persona al conocer que una especie habita en dicho espacio).
Dicha pérdida de servicios, argumentan los autores del artículo, se debe a que el actual modelo de conservación en el interior del Espacio Natural y desarrollo económico en el exterior fomenta la transformación de un territorio multifuncional, resultado de las interacciones históricas entre el ser humano y la naturaleza, en territorios mono-funcionales: agricultura intensiva, urbanizaciones para promover el turismo estacional y conservación dentro del área protegida.
Así, este modelo de gestión supone que el capital natural de nuestras áreas protegidas se globaliza para suministrar productos en los mercados internacionales, como alimentos o turismo, implicando la degradación de los ecosistemas que conforman dichas áreas. Por ejemplo, los autores demuestran que, en los alrededores del Espacio Natural Protegido de Doñana, el fomento de servicios que tienen un reflejo en los mercados internacionales (agricultura de la fresa, arroz, y la pesca) tiene efectos negativos sobre sus ecosistemas, afectando principalmente a los servicios de regulación. Así, la agricultura intensiva desarrollada en Doñana genera un importante impacto en la erosión del suelo, en la regulación hídrica, y en la calidad del agua, tanto superficial como subterránea, debido a los elevados niveles de pesticidas y compuestos de nitrógeno y fósforo; afectando en último término a la integridad de los ecosistemas y de las especies que éstos habitan.
Los autores finalmente concluyen que los modelos de conservación que ignoran la matriz territorial que rodea a las Áreas Protegidas suponen un sumidero de recursos económicos, ya que el uso no sostenible del territorio colindante afecta directa o indirectamente a la conservación de la biodiversidad en dicho espacio. Por tanto, la estrategia de Áreas Protegidas debería estar inmersa en una estrategia de gestión territorial en donde la conservación de la biodiversidad sea el denominador común y elemento vertebrador para la coordinación de las políticas sectoriales (agricultura, pesquería, turismo, e infraestructuras), con el fin de fomentar un flujo diverso de servicios que mantenga el bienestar de la sociedad.