Vayamos ahora a Brasil, un país tropical con más de 200 millones de habitantes y abundantes recursos como agua dulce, agricultura y minerales. Se trata, además, de un vasto territorio que alberga los mayores niveles de biodiversidad del planeta en complejos ecosistemas, como las selvas de Amazonia y los humedales del Pantanal.
Estos ambientes proporcionan a la humanidad innumerables servicios como regular el clima, almacenar carbono, proveer fármacos, fomentar la diversidad cultural y el ecoturismo, etc.
Brasil es el centro de numerosos teleacoplamientos socioecológicos de dimensión global. Por ejemplo, sufre el calentamiento climático provocado por grandes emisores de gases de efecto invernadero (GEI), como Estados Unidos, mientras que sus bosques compensan emisiones secuestrando carbono.
El país también proporciona millones de toneladas soja y carne a mil millones de consumidores en China, a costa de deforestar y desecar grandes extensiones para instalar cultivos y pastos ganaderos.
Los teleacoplamientos tienen consecuencias en la región. El clima lluvioso de Brasil depende de sus bosques y humedales. Los bosques favorecen la creación de nubes, en un proceso de retroalimentación positiva que deviene en más lluvia, mantenedora de la selva a largo plazo.
Este ciclo se rompe con la deforestación y el calentamiento global. Ambos factores llevan a un clima seco en el que un bosque abierto, tipo sabana, sustituye a la selva. Esto también produce un teleacoplamiento, ya que la sabanización de la Amazonia conduce al sobrecalentamiento y a la sequía, tanto en el productivo sur de Brasil como incluso en la lejana Europa.
¿Por qué arde Brasil?
La destrucción de Amazonia y Pantanal está muy relacionada con los incendios, que afectan a cientos de miles de kilómetros cuadrados. En 2020 ya se ha quemado una superficie mayor que todo Portugal. Paradójicamente, los grandes fuegos por causas naturales (rayos) son raros en el húmedo ambiente de Amazonia. Casi todos los incendios son provocados para extender cultivos y pastizales, y tienen de fondo la agroganadería.
Estos incendios tienen mayor impacto porque el clima regional es cada vez más seco, debido a la deforestación y al calentamiento global. A pequeña escala, la degradación del bosque y el fuego se retroalimentan, acelerando la deforestación. Bosques más pequeños sufren más la sequía y acumulan más hojarasca inflamable. Además, son invadidos por las hierbas de los pastizales ganaderos, muchas de ellas especies exóticas muy resistentes al fuego.
El contexto sociopolítico
La deforestación de Amazonia tomó impulso en los años 1970, con el autoritarismo político como trasfondo. Entonces, la dictadura militar fomentaba la integración de esta región practicando el desarrollismo nacionalista, llamando a “combatir al infierno verde” y “evitar que Amazonia caiga en manos de intereses extranjeros”.
A principios del siglo XXI, la grave deforestación y los numerosos incendios activaron la presión social frente a los intereses agrícolas y forestales sobre Amazonia.
Esto empujó a Marina Silva, Ministra de Medio Ambiente del gobierno de Luis Inácio Lula, a desarrollar acciones de control. Entre ellas figuraban establecer la trazabilidad de la soja y la carne con el apoyo de las compañías privadas, limitar los créditos a las propiedades agrícolas involucradas en deforestación ilegal y crear un cinturón de reservas naturales para contener el frente de deforestación.
Con estas medidas se consiguió reducir la tasa de deforestación hasta en un 70%, a la vez que se ganaba en productividad agrícola.
En la última década, el lobby agropecuario ha ganado protagonismo económico y político. Afectados por las medidas de protección ambiental, que consideran excesivas, partes de este sector han encontrado en el actual gobierno de Jair Bolsonaro un aliado. Su objetivo es reinterpretar la conservación de la diversidad biológica y cultural como una barrera al crecimiento económico del país.
La pinza formada por la industria agroalimentaria y la política gubernamental está, por tanto, generando una nueva ola creciente de deforestación e incendios. Bolsonaro, cuyo programa de gobierno ni siquiera incluye palabras como Amazonia, cambio climático o deforestación, está desmantelando la justicia y la administración ambientales de Brasil.
Parar el desastre en Brasil es posible
Brasil puede revertir este escenario de desolación ambiental, sin limitar la prosperidad de la población de Amazonia y Pantanal.
Además de recuperar la capacidad de acción legal contra la deforestación, debe desarrollar estrategias válidas para hacer la agricultura sostenible. Estas acciones van desde la mejora de las producciones aprovechando los servicios de los ecosistemas (como el control de plagas) hasta el aumento de la asistencia técnica pública a los pequeños productores tradicionales.
Es totalmente posible obtener de Amazonia recursos naturales de alto valor mediante métodos compatibles con la conservación de su biodiversidad. Por ejemplo, la recolección directa de semillas y frutos, como la nuez de Brasil y el açaí llega a rentabilidades por hectárea superiores a las explotaciones de ganado o soja.
Las comunidades locales pueden combatir la deforestación mediante iniciativas como REDD+, que paga a los propietarios de los bosques por su servicio frente al cambio climático. Los ciudadanos del mundo podemos aprovechar los teleacoplamientos para participar en la conservación de Brasil desde nuestras casas.
Podemos apoyar campañas para cambiar las políticas ambientales en Brasil, exigir responsabilidad corporativa a las multinacionales agroalimentarias, comprar sus productos cuando tengan certificados ambientales honestos y forzar a nuestros bancos a hacer sus inversiones (con nuestros ahorros) en Brasil bajo criterios de sostenibilidad.
Lo queramos o no, los problemas sociales y ambientales lejanos nos atañen. Empecemos por ser conscientes y, luego, actuemos.
Artículo de referencia: https://theconversation.com/arde-el-brasil-de-bolsonaro-contexto-global-de-un-desastre-ecologico-147044,