Han transcurrido casi cuarenta y dos años desde la primera cumbre de la Tierra y casi treinta y ocho desde la creación del Programa Internacional de Educación Ambiental, liderado por la UNESCO. Se han sucedido diferentes cumbres y tratados con el objetivo de frenar el deterioro ambiental. Sin embargo, el consenso científico afirma que la salud de la Tierra sigue empeorando.
Ante esta realidad cabría preguntarse si la Educación Ambiental ha fracasado. En opinión de Miguel Á. Ortega, Presidente de Asociación Reforesta, una de las ONG más activas en este ámbito, “no se debería hablar de fracaso, ya que ha habido logros, sino de que la enorme inercia del actual modelo de producción y consumo ha ido muy por delante. Pero no se puede aludir al modelo sin pensar qué hay detrás del mismo, y lo que hay detrás somos las personas. Por tanto, obviamente es la humanidad la que no acierta a reconciliarse, ni consigo misma, ni con el planeta”.
Cerca de 157.000 personas han participado en las actividades de educación ambiental llevadas a cabo por Reforesta. El gran bagaje de la ONG le ha permitido apreciar la necesidad de emprender profundos cambios para acelerar la concienciación de la sociedad. Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Educación Ambiental, Reforesta sugiere siete cambios conceptuales y metodológicos a todos los agentes implicados en esta tarea, tales como educadores, gobiernos, empresas, ONG y medios de comunicación.
1. El deterioro ambiental es un síntoma más de la crisis humana.
La crisis no es solo ambiental, es general y su fondo es existencial. Por ello, es preciso capacitar a las personas para entender la complejidad del mundo en su dimensión física y emocional.
2. Educación Ambiental, un concepto que se queda corto.
Todo está relacionado entre sí. Por ejemplo, aunque no sea algo evidente, la pobreza y la desigualdad provocan deterioro ambiental. Por ello, hay que dejar de hablar de “educación ambiental” y buscar una expresión alternativa. Entre las que circulan están “educación para la sostenibilidad”, “educación para la complejidad” o “educación integral”.
3. La gestión de las emociones, un aspecto clave.
La razón es un componente fundamental y distintivo de la naturaleza de nuestra especie, pero el ser humano es, ante todo, un animal emocional. Por tanto, es esencial aprender a gestionar las emociones.
4. Sobran conocimientos para el Mercado, y falta sabiduría para la vida.
El currículo escolar debe aligerar la carga de conocimientos conceptuales y abundar más en la preparación del alumno para todas las dimensiones de la vida, y no solo la productiva. Para lograrlo habrá que reorientar también la formación de los profesores.
5. Educar en cooperar y compartir, más que en competir.
La solución a nuestros problemas en general, y a los ambientales en particular, pasa por la cooperación más que por la competencia.
6. Fomentar la responsabilidad, aunque para ello en algunos casos sea necesario recurrir al castigo.
Deben castigarse los comportamientos irresponsables, lo cual es compatible con los enfoques humanistas expuestos anteriormente. En lo que respecta a la acción de gobiernos y empresas, deben crearse herramientas creíbles para medir su huella social, de modo que los podamos premiar y castigar desde nuestra doble condición de ciudadanos y consumidores.
7. Deberíamos priorizar la popularización del conocimiento científico.
Los avances que se iniciaron hace ya casi un siglo gracias a la física cuántica y los más recientes en astrofísica y neurología podrían ayudarnos a cambiar la percepción de nosotros mismos y del lugar que ocupamos.