El bosque de Hermo, en el suroeste asturiano, tiene la magia de todos los hayedos, un encanto que se acentúa sobre todo durante el otoño y el invierno, pero además suma un componente que lo convierte en misterioso y único: el hecho de ser uno de los menos conocidos de España y también uno de los menos transitados.

Empotrado en el Parque Natural de las Fuentes del Narcea y del Ibias, el hayedo está incluido en la red europea Natura 2000 por la calidad y la cantidad de valores naturales que alberga, entre los que destacan algunas de las especies de vertebrados terrestres más amenazadas del planeta, como el oso pardo, el urogallo, el lobo o el rebeco.

Al hayedo de Hermo le sobran títulos, porque la armonía entre la naturaleza y las actividades humanas que durante siglos se han llevado a cabo en sus entrañas, de las que todavía quedan vestigios que acentúan el misterio del lugar, justificó también su inclusión en la Reserva de la Biosfera de Muniellos. 

El colorido y cambiante tapiz que durante las cuatro estaciones dibuja el bosque de Hermo es, por su extensión y por su estado de conservación, el hayedo más importante de Asturias, y se extiende a lo largo de casi diez kilómetros de ladera.

Pero los impresionantes recursos naturales, que han sido el principal polo de atracción del turismo en Asturias, no han servido para situar Hermo en el punto de mira del ecoturismo, y son todavía escasas las empresas que tratan de rentabilizar esos valores para superar la excesiva dependencia que durante años ha habido de la minería.

La arquitectura popular, las tradiciones, las costumbres o la gastronomía que salpican las localidades, concejos y aldeas que circundan el hayedo ser el mejor aliado de los recursos paisajísticos de este bosque incrustado en un Lugar de Importancia Comunitaria (una de las figuras de protección previstas en la red Natura 2000) que se extiende por más de 50.000 hectáreas.



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