Llega la primavera y algunos campos de cultivo se tiñen del rojo de las amapolas. Los agricultores saben que no es una buena señal, aunque centenares de personas aparezcan, móvil en mano, en busca de la mejor fotografía. Las amapolas, junto con otras especies que crecen en los sembrados, pueden constituir un problema para los cultivos si aparecen en grandes cantidades. Las llamamos comúnmente malas hierbas, pero ¿qué son realmente y cómo de malas son?
Imitadoras de las plantas cultivadas
Las malas hierbas son generalmente especies vegetales herbáceas anuales o plurianuales que están adaptadas a ambientes frecuentemente perturbados, como son los campos de cultivo. Su estrategia de supervivencia consiste en asemejarse lo máximo posible al cultivo. Así maximizan sus posibilidades de supervivencia y reproducción. Para ello, germinan, florecen o maduran en épocas similares al cultivo, o tienen estrategia de crecimiento similares.
Hay especies muy adaptadas al ciclo de los cereales de invierno, como son la amapola (Papaver roheas) y el vallico (Lolium rigidum). Otras, como los bledos (Chenopodium album) y los cenizos (Amaranthus retroflexus), están adaptadas a cultivos estivales (por ejemplo, el maíz), donde hay disponibilidad de agua de lluvia o de riego.
Los cultivos leñosos como el olivar y los viñedos también tienen especies propias como los jaramagos (Diplotaxis spp.). Aunque en estos casos, las hierbas están más adaptadas al manejo (siega, labores) y no tanto a la fenología del cultivo.
Desde el punto de vista de su estrategia adaptativa, las malas hierbas son plantas que crecen en ambientes con alta fertilidad y adaptadas a altas perturbaciones, estrategia definida de tipo R, de ruderal. Los campos de cultivo son escenarios donde se dan estas condiciones. Los altos niveles de fertilidad son aportados por abonos o fertilizantes y las perturbaciones incluyen labores del suelo, pases de segadora, de picadora, o aplicación de herbicidas.
Las malas hierbas ¿son siempre malas?
Las malas hierbas, al crecer en el mismo espacio que los cultivos, compiten por espacio, luz y recursos como el agua y los nutrientes. Se estima que, a nivel mundial, estas hierbas pueden llegar a producir pérdidas de hasta el 30% de la cosecha. Son los organismos que más pérdidas causan, incluso más que las plagas y las enfermedades de los cultivos.
Aparte de las pérdidas de cosecha, estas hierbas pueden disminuir la calidad del producto cosechado (contaminación de grano o del forraje), transmitir enfermedades a los cultivos y dificultar las tareas agrícolas. Sin embargo, algunas especies y sus semillas también contribuyen a la provisión de servicios ecosistémicos. Por ejemplo, contribuyen a la biodiversidad, alojan insectos beneficiosos y polinizadores, alimentan a las aves y disminuyen la erosión en ciertas épocas del año.
Entonces, ¿qué determina si una hierba es una mala hierba? Aunque sea una pregunta compleja, podríamos decir que será su densidad y momento de crecimiento, su competitividad con el cultivo y su producción de semillas. Esto último determinará la persistencia del problema en años sucesivos. Es cierto que algunas especies muy competitivas (como el amor del hortelano, Galium aparine) pueden, a su vez, promover servicios ecosistémicos como albergar una gran diversidad de insectos beneficiosos. Sin embargo, las especies más agresivas y dominantes no suelen ser las que más proporcionan estos efectos positivos.
Consecuencias de un manejo inadecuado
Para que una hierba se convierta en “mala hierba”, esta debe prosperar en los campos de cultivo. Y aquí viene la paradoja: muchas de las hierbas más competitivas y agresivas lo son, a menudo, como consecuencia de un manejo poco adecuado. Por ejemplo, un uso excesivo de herbicidas ligado a una pobre rotación de cultivos ha promovido, en varias especies, la selección de biotipos resistentes a estos productos químicos. Esto ha agravado su impacto sobre los cultivos y dificulta las opciones de control.
Igualmente, un uso excesivo de fertilizantes ha favorecido, en algunos casos, el desarrollo de especies nitrófilas muy competitivas y adaptadas a estos escenarios de alta fertilidad. Ello es resultado de la alta capacidad de resiliencia de estas plantas, es decir, su capacidad de adaptarse y perpetuarse ante los diferentes cambios que se impongan en su manejo.
En la mayoría de los casos en los que las malas hierbas producen pérdidas importantes de rendimiento, las responsables suelen ser una o unas pocas especies funcionalmente muy similares entre sí. Esto significa que estas especies tienen similares momentos de germinación o una similar estrategia de crecimiento y asimilación de recursos. Por ejemplo, en los campos de cereal, podemos citar el vallico, la avena loca (Avena sterilis) y la amapola, o en campos de maíz el bledo, los tomatillos (Solanum nigrum) o los almorejos (Setaria spp.).
Especies más competitivas
Estas especies son las que logran atravesar todos los “filtros” ejercidos por el ambiente (temperatura, pluviometría o riego) y el manejo (labores, herbicidas). Son las especies más competitivas y desplazan a otras.
Para intentar controlarlas a veces caemos en la trampa de incrementar la presión contra ellas, pero sin dejar de usar las mismas herramientas (más dosis de herbicidas, más labores) y sin salir del mismo sistema que permitió su presencia (como el monocultivo). Existen muchas y buenas razones por las que los agricultores y las agricultoras actúan de este modo, pero lo cierto es que, a veces, esta mentalidad no hace más que agravar el problema.
¿Se puede convivir con las malas hierbas?
Para poder salir de este círculo vicioso hace falta diversificar. Diversificar cultivos, manejos del suelo, herramientas de control de hierbas, épocas de siembra y también mentalidades.
A medio y largo plazo, la diversificación de los agroecosistemas resulta también en la diversificación de las comunidades de malas hierbas. Algunos estudios recientes confirman que a mayor diversidad de hierbas, menor competitividad de la comunidad resultante con el cultivo. Esto se explica porque cuantas más especies convivan, menor es la probabilidad de ocurrencia de una especie dominante y competitiva.
Ante estos descubrimientos cabe preguntarse si podríamos diseñar comunidades de hierbas que sean menos competitivas. Y si es así, ¿cómo? Es aquí donde nos encontramos, abriendo nuevas puertas y aprendiendo junto con el sector agrícola. Intentando diseñar agroecosistemas productivos en los que el manejo vaya de la mano de los procesos ecológicos que gobiernan la vida de los cultivos y también de las (malas) hierbas.
Artículo de referencia: https://theconversation.com/las-malas-hierbas-no-siempre-son-tan-malas-178966