El año pasado, el investigador Philipp Schwabl, hepatólogo en la Universidad de Viena (Austria), llevó a cabo un pequeño experimento sobre los microplásticos que, sin embargo, resultó muy revelador.
Tras reclutar a ocho individuos de Finlandia, Holanda, Polonia, Reino Unido, Japón, Rusia, Italia y su propio país, les pidió que, durante una semana, anotaran con detalle el contenido, el origen y el almacenamiento de su dieta habitual. Después, tomó muestras de sus heces y estudió su composición.
Los resultados mostraron que, pese a que los patrones de alimentación eran diferentes, lo que tenían en común todas las cacas analizadas eran los restos de microplásticos que contenían. En concreto, entre 18 y 172 partículas diferentes por cada 10 gramos de heces.
La investigación, muy preliminar, demostró, por tanto, que los microplásticos están presentes en el intestino de los humanos, que forman parte de la cadena alimenticia de personas que viven vidas muy diferentes en distintos puntos del planeta.
«Es el primer estudio de este tipo y confirma lo que sospechábamos desde hace tiempo, que los plásticos acaban llegando al intestino», señaló en un comunicado Schwabl, que no pudo determinar el origen de los plásticos, aunque sí constatar que los más comunes fueron materiales empleados en la fabricación de envases convencionales, como el PET.
Salud humana
«Es necesario investigar lo que esto implica para la salud humana», añadió el científico, preocupado -como muchos de sus colegas- por la posible repercusión de un impacto cuyas dimensiones aún se desconocen.
Sin embargo, esta tarea, a la que ya se dedican grupos de todo el mundo, no es sencilla.
«Es complicado estudiar el impacto de los microplásticos sobre la salud humana porque, en primer lugar, no hay una definición exacta de qué es un microplástico o qué son los residuos plásticos», señala Léa Maitre, investigadora del Instituto de Salud Global de Barcelona, centro impulsado por la Caixa (ISGlobal).
«Pueden tener propiedades muy diferentes entre sí, se presentan en todo tipo de formas, orígenes, tipo de polímeros…», añade.
¿Son tóxicos?
¿Cómo nos afectan los microplásticos que se encuentran, por ejemplo, en el pescado y el marisco? ¿Son tóxicos? ¿Qué pasa cuando los cocinamos? ¿Se acumulan estas sustancias en el organismo? ¿A partir de qué cantidad deberíamos empezar a preocuparnos? Hay muchas preguntas a las que la ciencia aún no ha podido dar una respuesta clara.
En 2016, la EFSA, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, puso el foco sobre los microplásticos y nanoplásticos al considerarlos un riesgo potencial emergente.
Pero la evaluación, tal y como explica Beatriz Robles, experta en Tecnología de los Alimentos, se topó con varios problemas: «Aparte de que no hay una definición estándar de microplásticos, la mayor parte de los datos disponibles se refieren a la exposición a partir de productos de la pesca y de alimentos como la miel, la sal o la cerveza, pese a que puede haber otros. Además, hay pocos datos sobre su posible toxicidad, su absorción intestinal, sus efectos sobre la microbiota, etc.».
En la misma línea, a principios de 2019, la Agencia Europea de Sustancias Químicas propuso restringir la utilización de microplásticos de forma deliberada en artículos como detergentes, cosméticos o productos agrícolas.
Aunque el informe señalaba que los posibles efectos de estos materiales sobre la salud humana todavía no se conocen bien, también sugería que, con la información disponible, lo más seguro es intentar controlar y reducir al máximo la cantidad de partículas de plástico que, fragmentadas, entran en contacto con el organismo.
Disruptores hormonales
Maitre recuerda que varios de estos materiales, como bisfenoles y ftalatos, se han señalado en diversos estudios como disruptores hormonales. «Son sustancias que pueden perturbar el sistema endocrino, en particular cuando la exposición tiene lugar durante el periodo de crecimiento y de alta vulnerabilidad como ocurre durante el embarazo», señala.
La EFSA estableció en 2015 que la ingesta diaria tolerable de bisfenol A era de 4 microgramos/ kg peso corporal/día, si bien «ha constituido recientemente un grupo de trabajo para volver a examinar el riesgo», expone Robles. Las conclusiones de esa evaluación estarán disponibles en 2020.
Fuente: CRISTINA G. LUCIO / EL MUNDO,
Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/salud/2019/03/07/5c802ffd21efa0d0468b45a3.html,