Ante este panorama, las ciudades tienen que estar preparadas para conseguir una eficiencia energética. Un nuevo concepto irrumpe con fuerza en el ámbito de las administraciones locales: las smart cities o ciudades inteligentes se abren camino ante el nuevo modelo de ciudad del siglo XXI, que busca ser eficiente y sostenible.
Seedwind, empresa especializada en Ingeniería Ambiental, Industrial, Aeronáutica y Telecomunicaciones, ha elaborado un decálogo, basado en modelos de excelencia que ya están funcionando en otras ciudades, con una serie de características que toda smart city debería tener.
1. Gestión de aparcamientos.
La creación de parkings públicos son un ejemplo de que “nunca llueve a gusto de todos”. A menudo, observamos que crean disputas relacionadas con el ruido y molestia de las obras, disconformidad en el otorgamiento de plazas, atascos, etc. Con los nuevos “aparcamientos inteligentes” lo que se pretende es crear una zona de estacionamiento ubicada a las afueras de la ciudad, pero interconectada con la zona metropolitana constantemente. De esta forma, el ciudadano puede aparcar su coche en el parking y acudir en medios de transporte público a la ciudad.
2. Obtención de biogás en el vertedero de residuos municipales.
La energía generada a partir del biogás es desaprovechada en numerosas localidades. Sin embargo, los beneficios de este tipo de energía son muy evidentes. El carácter renovable del biogás consigue reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera.
3. Creación de edificios inteligentes.
España es el tercer país de Europa en edificios certificados, lo cual supone un atractivo para los inquilinos e inversores. Desde el punto de vista laboral, el certificado Leed mejora las condiciones de trabajo y reduce el abstencionismo laboral.
Y desde el punto de vista del ahorro, los resultados también son óptimos: disminuye entre el 40 y 70 por ciento el gasto en agua; reduce las emisiones hasta un 70 por ciento y consigue ahorrar entre un 50 y un 90 por ciento en residuos. Todo eso genera un retorno de inversión de entre el 25 y el 40 por ciento, amortizado en un período de 3 y 5 años.
4. Remodelación de zonas verdes.
La xerojardinería es una práctica cada vez más habitual en las zonas urbanas. Consiste en decorar los jardines de las ciudades con plantas autóctonas del sitio. De esta manera, se disminuyen los usos de agua y otros gastos como productos fitosanitarios.
5. Análisis del potencial de implantación de energías renovables.
El objetivo que toda smart city debería conseguir sería la autosuficiencia energética o, al menos, reducir la dependencia de redes externas.
6. Información del tráfico por Internet y móvil.
Aplicaciones tecnológicas que faciliten información acerca del tráfico en la ciudad previenen atascos y permiten que los ciudadanos puedan trazar su ruta con antelación, incluso sabiendo de los aparcamientos que disponen antes de llegar a su destino. De esta forma, la disminución de dióxido de carbono es infalible.
7. Sistemas informáticos enérgicamente eficientes.
Las emisiones de CO2 deben estar monotorizadas y totalmente medidas y analizadas. Es esencial que se implante una “informática limpia”, a través de un estudio de la organización en sí que permita establecer equipos informáticos de menor consumo.
8. Car sharing.
El uso del coche compartido es una práctica habitual en países europeos como Francia y Alemania, aunque fueron los estadounidenses quienes lo popularizaron. Consiste en compartir un vehículo privado en viajes de ida y vuelta hacia los lugares de trabajo, pero también en trayectos de largo recorrido.
Dependiendo del acuerdo, el car sharing puede darse entre conocidos, de manera que compañeros de trabajo deciden rotar el uso del coche de una forma periódica y, por otro lado, también puede tener lugar entre personas desconocidas. Ya hay páginas web que regulan este tipo de iniciativas, mediante las cuales una persona puede registrarse en el sitio y, a modo de red social, contactar con el usuario que va a realizar el mismo trayecto en coche. De esta forma se comparten los gastos en gasolina.
9. Parking online.
Una vez más, Internet y las aplicaciones móviles dan la oportunidad a los conductores de reservar una plaza en un parking, por ejemplo, en el centro de la ciudad. Con esta actividad, se evitan atascos (y, por consiguiente, menos CO2), ya que los ciudadanos pueden planificar su recorrido incluso antes de llegar a su destino.
Un compromiso de todos
Todas estas iniciativas ya se están poniendo en marcha en muchas ciudades y son elementos indispensables que cualquier smart city debería tener. En la práctica, suponen un compromiso de las administraciones locales, pero también de la ciudadanía, de acometer esta serie de reformas.
A nivel europeo, ya existe una predisposición fijada en el Pacto de los Alcaldes, que consiste en un acuerdo entre los gobernantes de las localidades y la Comisión europea de reducir un 20 por ciento las emisiones de CO2 para antes de 2020. Para ello, las ciudades tienen que elaborar un Plan de Acción por la Energía Sostenible con una serie de medidas concretas para lograr este objetivo. Las ciudades inteligentes ya están aquí. Una asociación entre tecnología y medio ambiente nunca antes vista. Y un adjetivo nunca antes mejor asociado. Ya no sólo es inteligente invertir en tecnología, sino también respetar el entorno.