Topher White usa teléfonos viejos para crear sistemas de detección de sonidos que alertan de actividades ilícitas en cualquier selva tropical.
Su acertada ocurrencia hizo que fuese nominado Explorador Emergente de National Geographic en 2015 y valedor de los Premios Rolex a la Iniciativa en 2019, esos galardones que desde 1976 la firma suiza de relojes otorga a proyectos destinados a hacer del mundo un lugar mejor.
El estadounidense Topher White, ingeniero y físico, es un gran amante de la tecnología. Pero le gusta decir que su invento está lejos de ser una propuesta high-tech, pues no es más que el ensamblaje de piezas ya existentes unidas para un fin rompedor: dotar de oídos a las selvas tropicales que permitan detectar actividades delictivas y extremadamente nocivas, como la caza furtiva y la tala ilegal.
La idea de crear unos «oídos electrónicos» para contribuir a la preservación de la selva surgió en 2011, cuando White se hallaba de viaje turístico en Borneo, concretamente en una reserva de gibones.
«Se oían los gritos de los gibones y de otros muchos animales, como cálaos y cigarras. Había una constante cacofonía de sonidos. En esa reserva había tres guardas que se dedicaban a proteger la zona de la tala ilegal. Aun así, un día que salimos a caminar nos encontramos con que alguien acababa de cortar un árbol a unos pocos cientos de metros del santuario. Sin embargo… ¡nadie lo había oído! El bosque es un lugar muy, muy ruidoso», afirma White.
Selva tropical
Según la ONU, el 90% de las talas que se llevan a cabo en las selvas tropicales son ilegales. La deforestación, responsable del 17% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero, pone en peligro una biodiversidad que afronta hoy la mayor crisis desde las extinciones masivas del Cretácico, aquellas que hace unos 66 millones de años se llevaron por delante a los dinosaurios y a otras muchísimas especies.
¿Qué se podría hacer para afrontar ese problema de consecuencias tan dramáticas que amenazan además el futuro de los pueblos indígenas que habitan estas áreas?, se preguntó White. Borneo resultó «inspirador» en ese sentido, pues en esta isla indonesia se da uno de los índices de deforestación más altos del mundo, con casi 300.000 kilómetros cuadrados talados, quemados o degradados en el último siglo, una porción de planeta más grande que todo el Reino Unido.
En aquel momento el espíritu inventor de White se puso en marcha. Una de las cosas que tuvo claras desde el principio es que el tema requería una aproximación sencilla y factible, «nada de soluciones absurdas de alta tecnología», se dijo. «Me sorprendió muchísimo descubrir que en plena selva había buena cobertura. En medio de la nada, podíamos comunicarnos por el móvil. No teníamos electricidad y estábamos a cientos de kilómetros de la carretera más cercana, pero había señal de red», recuerda.
Entonces gestó la idea: ¿y si reciclara teléfonos móviles viejos para montar un sistema de monitoreo del bosque que capte y analice todos sus sonidos? «Descarté cualquier sistema basado en imágenes porque en un ecosistema tan denso no tienen apenas efectividad«, añade.
Proyecto
El proyecto empezó a tomar forma y en 2014 fundó la organización no gubernamental Rainforest Connection, desde la cual se abordó el diseño y la puesta en marcha de estos dispositivos que constan de un software llamado El Guardián, que para funcionar utiliza el procesador de los smartphones reciclados que la gente les envía desde todo el mundo.
El dispositivo se encierra en una caja estanca junto a un micrófono altamente sensible y se le dota de cuatro antenas direccionales y de unos paneles solares que permiten una operatividad de 24 horas al día. Estos «oídos electrónicos» se colocan en los doseles arbóreos, a más de 30 metros de altura e invisibles desde el suelo, y almacenan todos los sonidos del bosque que se producen a tres kilómetros a la redonda.
Mediante modelos basados en aprendizaje automático e inteligencia artificial, son capaces de discriminar los ruidos de los animales de los que generan las motosierras o los motores de los vehículos. Si detectan estos dos últimos, el teléfono manda un mensaje de alerta por medio de una aplicación a los móviles de los guardabosques, quienes entonces deciden cómo actuar.
«Para hacer las primeras pruebas regresamos a Indonesia, a otra reserva natural amenazada por la tala ilegal. Al segundo día de haberlo instalado ya recibimos la primera alerta en tiempo real. Era el ruido de unos madereros manejando motosierras. Fuimos a detenerlos, yo estaba muy nervioso. El caso es que los pillamos en acción y se quedaron sorprendidísimos y, por lo que sabemos, nunca han vuelto a ese lugar».
Tras aquellas pruebas exitosas, la noticia se expandió y mucha gente empezó a contactar con él desde distintos lugares del mundo, interesada en colocar esos sensores en sus preciados, biodiversos y amenazados bosques.
Selva tropical: comunidades locales
En colaboración con las comunidades locales de cada lugar, Topher White ya ha probado exhaustivamente su tecnología en Brasil, Costa Rica, Ecuador, Rumanía, Sudáfrica, Belice, Filipinas, la isla indonesia de Sumatra y Perú. «El trabajo que hacemos con las poblaciones locales es muy importante, pues son las que protegen estas zonas y desempeñan un papel fundamental en la lucha contra la deforestación y el cambio climático«.
Por ahora su invento garantiza ya la protección de casi 3.000 kilómetros cuadrados de selva, aunque espera duplicar la superficie cubierta por esos guardianes de los bosques en los próximos años. «Aspiramos a ser la herramienta que usen las organizaciones conservacionistas, las fundaciones y los donantes para medir el impacto de las iniciativas de conservación».
Y es que, además de servir para prevenir delitos medioambientales, Rainforest Connection (de forma abreviada llamada RFCx) se erige como una plataforma bioacústica en la que queda almacenada, en palabras de este ingenioso tecnólogo, «cada llamada de pájaro, chirrido de insecto, susurro en las hojas y cada gota de lluvia: estamos creando una biblioteca digital que puede brindar a los científicos acceso instantáneo a vastos tesoros de datos acústicos sin procesar recopilados en los bosques tropicales de todo el mundo».
Datos compartidos
El propósito es facilitar un uso de datos compartidos que permitan análisis más sofisticados y capacidades de aprendizaje automático para conectar la investigación y la conservación mediante la monitorización de ecosistemas.
«Con esta tecnología también se pueden monitorizar los sonidos de especies animales importantes, lo que ayuda a los científicos a estudiar la salud de las poblaciones de una zona determinada y a mejorar las labores de conservación –asegura White–. Incluso podríamos detectar la presencia de animales que ni siquiera emiten sonidos. Los jaguares, por ejemplo, no siempre vocalizan, pero las aves y otros animales que están a su alrededor sí lo hacen».
Sin duda, un gran logro el de White y su equipo. Usando tecnología antigua y viejos teléfonos en desuso, ha logrado poner en marcha una plataforma desde la que hacer ciencia y conservación de vanguardia en todo el planeta. Como dijo el publicista David Ogilvy: las mejores ideas suelen surgir de la simplicidad.
Fuente: Eva van den Berg / National Geographic,
Artículo de referencia: https://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/escudrinando-sonidos-selva_15851,